uien más quien menos todos tenemos una idea sobre lo que es la UE, sus lagunas y sus logros. Incluso me atrevería a decir que una parte importante de la población distingue lo que es la parte de 19 países que constituimos la eurozona, de los 26 actuales que formamos la Unión.

Cada vez se pueden oír y leer más planteamientos que abordan los campos y las medidas que debe acometer la UE para consolidarse como un actor de primera línea, junto a China y los EEUU, -pero sin estar revueltos-, en un futuro.

No es tan habitual que un premio Nobel, como Joseph Stiglitz, se comprometa aplicando una metodología similar a la ya empleada para explorar, en fechas recientes, el futuro de los EEUU bajo la presidencia de Trump, al espacio europeo. Y el análisis realizado por Stiglitz y un amplio elenco de economistas, sociólogos y expertos en varias materias, se concreta en el libro Reescribir las reglas de la economía europea. En dicho trabajo podemos identificar dos grandes bloques conceptuales: el analítico y el propositivo. A los efectos de este artículo considero de mayor interés centrarme en segundo ámbito, indicando las propuestas que se hacen respecto a la UE, especialmente para la Eurozona, con el fin de lograr el objetivo de consolidar a Europa como ese actor internacional necesario que ha de jugar un papel equilibrador en el tablero mundial.

Hablar de la UE es hablar de un asunto muy complejo que se desarrolla en un mundo más complejo todavía.

Ello supone que las cuestiones relativas a la UE no debemos enmarcarlas en la pura teoría y abstracción. La UE si tiene que ser algo es constituirse en un instrumento útil y válido para sus ciudadanos, resolviendo sus problemas actuales y futuros. Por eso, cualquier pregunta que hagamos en ese entorno de complejidad y utilidad resulta, cada vez, más pertinente.

Y esa pertinencia se manifiesta en múltiples planos: el jurídico, el ético, el relativo a los Derechos Humanos, el político-administrativo y, en definitiva, todos aquellos aspectos, hechos y circunstancias que afectan a nuestra vida cotidiana.

En uno de esos planos, en concreto el macroeconómico y el de la superestructura europea, se enmarca el trabajo de Stiglitz, que culmina con la propuesta de diez ejes de actuación para transformar la UE.

Antes de formularlos explicitemos dos actitudes básicas y previas que Europa ha de asumir. Por un lado, “el imperativo moral es permitir que los postulados fundadores de Europa inspiren los cambios necesarios para revocar la situación actual”. Por otro, “Europa ha de afrontar el desafío de promover normas avanzadas globales”. Dicho de otra forma, Europa debe liderar las transformaciones positivas globales sobre la base de los postulados fundacionales que, recordemos, son: “el reconocimiento de la dignidad humana básica, el respeto por el principio de legalidad y derechos humanos, la solidaridad social, y una perspectiva equilibrada del papel del mercado, el estado y la sociedad civil”.

Con ese telón de fondo presentamos las diez líneas del posicionamiento deseable de la UE, y propuestas por el premio Nobel.

1.- “La cooperación global”. Si todos los países trabajan conjuntados obtienen algún beneficio; si no, sufren todos.

2.- “La macroeconomía y finanzas globales”. Se ha de trabajar para avanzar hacia una mayor coordinación global. Se trata de minimizar los efectos negativos dentro de la UE y con países terceros.

3.- “El principio de legalidad”, en el sentido de que el mercado sin ningún tipo de control legal, nacional e internacional, no funcionaría con la eficiencia debida. Especialmente por el aumento de la desigualdad y la elusión fiscal.

4.- “La gobernanza democrática incluida, especialmente, la transparencia”. Los errores de gestión y el insatisfactorio funcionamiento de la globalización se deben, entre otros factores, al secretismo y falta de transparencia real en los acuerdos comerciales.

5.- “El comercio”, que debe dejar de ser un sinónimo de globalización. Los acuerdos comerciales, siendo importantes, no lo son “todo”. Han provocado, están provocando, pérdidas de empleo y presión a la baja de los salarios en determinadas economías avanzadas. Pero no por el comercio en sí, sino por una inadecuada aplicación de medidas de política monetaria y fiscal,cuando esta existe.

6.- “La fiscalidad”, basada y referida al impulso necesario a nivel internacional, para eliminar los paraísos fiscales.

7.- “Los acuerdos de inversión”, tendentes, principalmente, a proteger las inversiones europeas en el extranjero contra expropiaciones y discriminaciones arbitrarias. Ello supone contar con un posicionamiento único y contundente por parte de la UE frente a terceros.

8.- “Los derechos de propiedad intelectual”, desde un enfoque similar al dado a la libre circulación de personas, capitales, productos y servicios. Esa libertad debe aplicarse a las ideas, de tal manera que en el caso del conocimiento este no quede en manos, exclusivamente, de las empresas y países con mayor capacidad económica, sino que, realmente, esté al alcance de todos los agentes económicos y sociales.

9.- “Las políticas de competencia”, en línea con la necesidad de que realmente se diseñen y apliquen reglas para los intercambios que impidan posiciones de dominio de países o empresas.

10.- “El cambio climático”, en el sentido de forzar a que la UE aplique con el máximo rigor los acuerdos internacionales sobre la materia, apremiando a terceros países a su cumplimiento.

Como podemos observar, estas diez líneas de trabajo confluyen hacia tres vectores importantes. El primero se refiere a la necesidad de generar y desarrollar una legislación aplicable a la propia UE, pero también en todas las relaciones globales que controlen, realmente y sancionen posiciones dominantes de grandes empresas y países con mayor poder, con el fin de minimizar la creciente desigualdad generada por la globalización.

Un segundo vector se refiere a la imprescindible innovación en la fiscalidad que permita, por un lado, dotar a la eurozona de una política fiscal y presupuestaria comunes, necesarias para consolidar la moneda común y la propia eurozona. Y, por otro, complementar la insuficiente capacidad de la política monetaria para el logro de los principales objetivos macroeconómicos.

Por último, reforzar el respeto a los Derechos Humanos, a las medidas contra el cambio climático, y la equiparación de la libertad de circulación para el conocimiento y la innovación. El logro de ello compensará el necesario esfuerzo que requiere ir hacia una sociedad más solidaria, justa, y cooperativa.

Todo lo planteado supone la puesta en marcha de cambios estructurales y, por lo tanto, solo posibles a medio y largo plazo. Además, tal como se recogen, las transformaciones propuestas por Stiglitz quedan en el aire dos aspectos fundamentales. Por un lado, la metodología a seguir para diseñar e implementar las medidas concretas y, por otra parte, los agentes, instituciones y organismos de la Unión encargados de aplicar los cambios que, definitivamente, se propongan y aprueben.

Sabemos que la UE es una organización de 26 países, inconclusa y compleja, y los mecanismos de la toma de decisiones, más. Por tanto, convendría concretar previamente la metodología, los intervinientes y responsables de todo el proceso, casi nada, pero facilitaría la tarea, si hay voluntad y visión de futuro.