os exdirigentes de ETA que han hecho declaraciones públicas tras su disolución coinciden en decir que la lucha armada debió terminar mucho antes. No se sabe lo que opinan los que callan, pero parece razonable pensar que habrá quienes sientan que este final se parece bastante a una derrota cuando no a una traición, y coincidirán seguramente muchos en que fue un final muy decepcionante. Un conocido bertsolari navarro escribió en Gara: "Nosotros, como movimiento político, hemos optado por arrinconar el pasado y así poder ser parte de la sociedad que nos había, prácticamente, acorralado, si no encerrado. En nosotros mismos, pero encerrado. Y para salir accedimos a hacer, decir y firmar todo aquello que siempre prometimos no hacer jamás. No, no, no estoy diciendo que esté mal, hasta reconozco que ahora se vive fenomenal. Lo que digo es que llegados a este punto, el que ellos y ellas sigan dentro como si nada hubiera pasado fuera, no me parece ni medio normal". No deben ser pocos en la izquierda abertzale los que lo hubieran suscrito.

No es difícil explicar por qué nació ETA y por qué no aceptó una transición llena de trampas. Kepa Bilbao Ariztimuño ha resumido con acierto la lógica en la que se fundamentó la apuesta por la revolución y la lucha armada en este pequeño rincón de la Europa desarrollada: "Se vivió un momento de euforia por la utopía, hasta el punto de que el sector más radical creyó que lo deseable era posible y bueno para la mayoría social, posibilidad que pasaba por una ruptura a través de la violencia". En enero de 1993, el sociólogo Michel Wioviorka, ahora testigo en uno de los juicios en París contra Josu Urrutikoetxea, publicó un lúcido documento destinado a la discusión que le había sido encargado por el Instituto de Investigaciones de las Naciones Unidas UNRISD. Desde muchos puntos de vista -concluía-?, la experiencia de la violencia política en el País Vasco español desafía las ideas preconcebidas y los estereotipos: el nacionalismo de ETA es una construcción compleja, que prohíbe los presupuestos simplificadores.

Se trata -decía-? de la expresión al mismo tiempo de una nación, de movimientos propiamente sociales, y de un proyecto revolucionario. Cuando funciona bien -opinaba?-, la violencia es limitada, simbólica; cuando va a peor, deviene artificial y se hace cada vez mayor y más divorciada de la realidad, hasta llegar a un terrorismo ciego, que confunde fines y medios, disociado de las expectativas y de la experiencia vivida por el pueblo en nombre del que las armas son esgrimidas. Wioviorka apreciaba en ETA, a partir del seguimiento que venía haciendo de la violencia política en Euskadi desde 1983, un terrorismo cada vez más alejado de los objetivos originales, un proceso de pérdida de sentido. Y aunque hubiera devenido ya en terrorista, advertía de que conservaba una real capacidad para hablar en nombre de aspiraciones nacionales y sociales, y seguía teniendo una reserva suficiente de militantes.

Resulta más difícil explicar, entenderlo incluso desde la propia trinchera, por qué se empeñó ETA en una lucha armada cuando ya era evidente -para su dirección hubiera debido serlo más que para nadie?- que solo podía traer dolor en propios y extraños, y dificultades añadidas para el final de un enfrentamiento en el que el enemigo estaba muy cómodo. Resulta difícil explicarlo, aunque algunas claves se pueden sugerir. Contra lo que se dijo pretender, la dispersión y el alejamiento de los presos, lejos de favorecer la reflexión y el desistimiento de los críticos con la deriva de la organización, favoreció el encastillamiento de la mayoría. Con el alejamiento y el aislamiento de su país, se privó a los presos de sentir y acompañar el pulso de una sociedad cada día más alejada de sus planteamientos. Solo algunos de los más maduros, que eran a menudo los que más historia cargaban sobre sus espaldas, tuvieron la fortaleza suficiente para romper con la línea oficial y hacer frente al coste personal y familiar que les supondría. En este tipo de organizaciones, y aunque se proclame la necesidad de la autocrítica, su práctica se percibe y juzga a menudo como indisciplina, debilidad, cansancio, insolidaridad, derrotismo, traición a los principios. Liquidacionismo, revisionismo, reformismo son conceptos muy socorridos en este tipo de estructuras a la hora de atajar críticas.

El éxito social y electoral de los milis en su pugna interna con los polimilis pudo explicarse tal vez en sus inicios en que en el proyecto de los primeros parecía haber sitio para todo el mundo, desde Monzón hasta Ziluaga, pasando por Iribar y Solabarria, además de los ecologistas y antinucleares, los cristianos de izquierda, el movimiento feminista, el obrero, el pacifista, las asociaciones de vecinos: había sitio para todo el que tuviera algo que reclamar, para todo el que estuviera por una Euskadi libre, euskeldun y progresista, independientemente de sus motivaciones particulares.

ETApm, por reflexión propia o a imitación de organizaciones amigas, diseñó una descabellada estrategia que, de haber tenido éxito, hubiera debido desembocar en insurrección popular. Los análisis y planteamientos de ETAm parecieron en su inicio más apegados a la realidad y menos dogmáticos, pero fuera porque Argala hubiera hecho el llamado urgente a organizarse o porque los pms más ideologizados se hubieran integrado ya en la dirección mili, el espíritu abierto de la primera Unidad Popular no duró demasiado. Pronto, los más conscientes se bajaron de sus listas y plataformas porque, como explicó Serafín Basauri, un prestigioso líder eibarrés proveniente de la que se conocía en la izquierda abertzale como la ETA del tren, todo les llegaba previamente decidido, a través de los militantes de HASI, que eran quienes sustentaban el aparato. Hubo un momento a mediados de los ochenta en el que dirigentes de HB que veían con preocupación la hegemonía de HASI creyeron posible el equilibrio nombrando liberados ajenos al partido, pero el intento nunca tomó cuerpo. Y vino luego el liderazgo de KAS, cuando HASI cayó en desgracia por no descartar pensar por su cuenta, para cumplir con creces la misma función.

ETA se sentía cómoda con el enemigo, que le proporcionaba, con sus torturas y guerras sucias, argumentos sobrados para combatirlo y para que su área de influencia no careciera de ellos cuando tuviera la tentación de cuestionarse la legitimidad o el sentido de la lucha armada en la que ETA se había empeñado. A ETA le incomodaban especialmente las terceras vías y los "terceristas", por eso fue tan beligerante con ELA, con Elkarri, con los "sabiondos" (así los calificó en sus publicaciones) que se permitían proponer otros caminos, sin renunciar a los objetivos fundacionales de la izquierda abertzale. Así se explica la beligerancia contra quienes en HB criticaron el atentado de Gregorio Ordónez, por ejemplo, y especialmente contra Patxi Zabaleta e Iñaki Aldekoa cuando fundaron Aralar, en la que vieron un peligro real que se hubiera podido convertir en alternativa para buena parte del que fue suelo político y electoral de HB. Se ha explicado ahora la disolución de ETA en tribunas cercanas a la izquierda abertzale en que por primera vez los civiles del MLNV se han impuesto a la vanguardia armada. Siendo esto cierto, se debería añadir que, de lo contrario, los civiles se hubieran echado a andar solos en esta oportunidad, y eso sí que no se lo podían permitir.

Desde esta perspectiva se explica también en buena medida el alivio de los ideólogos de ETA tras el fracaso del acuerdo de Lizarra?-Garazi que tanta ilusión y esperanza proporcionó a las bases de la izquierda abertzale.

Se decía convencida ETA de que el día en que la organización, el erakunde, abandonara la lucha armada, su gente se acomodaría. Se decía convencida de que solo la lucha armada garantizaba la firmeza revolucionaria, la no caída en el revisionismo, y no le faltaba razón, porque mientras hubiera tiros y muertos, de un lado y otro, ninguna alternativa que surgiera de su entorno era viable. Pareció saber siempre que su mundo no estaba por la lucha armada a cualquier precio, que la aceptaba tal vez como inevitable, que en algún momento pudo servirse de ella, que la comprendía, la disculpaba, la explicaba, la relativizaba con vistas a una negociación y en la medida en la que el enemigo tampoco respetaba los derechos humanos, pero nunca se involucró en ella como pretendía ETA a pesar de que lo provocara con la activación de la kale borroka. Pero ni la lucha en las calles en la que embarcó a cientos de jóvenes, ni la represión, ni la ampliación de objetivos civiles hasta extremos impensables años antes consiguió, si era lo que se pretendía, evitar que la mayor parte de la sociedad siguiera viviendo como si aquella guerra no fuera con ella.

Sin embargo, es evidente que sin ETA sería imposible explicar la historia reciente de Euskadi, lo que José Antonio Urrutikoetxea, Josu Ternera, finalmente su dirigente más conocido, lo ha verbalizado pro domo sua en las antenas de France 3 en que "ETA nació cuando el País Vasco agonizaba, sofocado por los estertores del franquismo y asimilado por el estado jacobino. Y ahora, 60 años más tarde, un pueblo vivo existe y quiere decidir su destino. Gracias al trabajo realizado en distintas áreas y la lucha llevada a cabo por distintas generaciones. ETA nació del pueblo y ahora ella se disuelve en él". Algo más sorprendente ha manifestado también, como si de una advertencia y un mensaje se tratara, al decir que en adelante la izquierda abertzale no va tener quien le oriente, que a ella le va a tocar ser el sujeto de la lucha ("hemendik aurrera ez dago iparrizarrik. Orain zuek zerate subjetuak"?), porque no va a estar ahí "la organización" para guiarles, para "soplar la vela que impulse la embarcación", y no habrá "varita mágica" alguna a la que recurrir ("ez baitago belaon-tzia bultzatzeko duen inolako erakunde edo adaxka magikorik"). Si alguna duda había sobre el papel que la dirección de ETA se atribuía, el mensaje de quien ha certificado su disolución lo aclara definitivamente.

Decía el documento de las Naciones Unidas que "la violencia política en el País Vasco español desafía las ideas preconcebidas y los estereotipos". De acuerdo al periodista Enekoitz Esnaola, que ha escrito un libro sobre la cuestión, también la manera de desarmarse desafía modelo alguno, "ha sido un caso realmente particular, por eso, y no solo lo digo yo, es justo hablar de un modelo vasco de desarme, distinto a todos los que se han dado a lo largo de la historia". Que patriotas, "artesanos de la paz", de Iparralde hayan jugado en él un papel clave, viene a recordar también el relevante papel que para ETA jugó siempre este territorio de Euskal Herria. El camino para que los aber-tzales de izquierda, con implantación homogénea en todos los territorios vascos, hegemónica en la juventud euskeldun, alianzas inteligentes y experiencia acumulada, está expedito. No le van a faltar retos. No se lo van a poner fácil. Empieza otra historia.