ué es el bitcóin? ¿Y el blockchain? ¿Merece la pena invertir en esa moneda digital? ¿Va a revolucionar esta tecnología el mundo? Estas son las preguntas que están en boca de todos, preguntas cuya respuesta sólo están al alcance del juez que gobierna nuestra vida: el tiempo. Un bitcóin es un registro compuesto de muchos números y muchas letras. Debe cumplir una serie de requisitos. El más lógico; no se pueden hacer dos intercambios a la vez. Por supuesto, se deben cumplir otras condiciones. Vamos a enumerarlas. Uno, son transacciones ordenadas, conocidas y validadas por todos los participantes de la red. Eso implica que sean públicas: se comunican a todos los nodos de la red. Ahora bien, ¿qué tecnología permite hacer eso? El blockchain, compuesto por cadenas de bloques que van acumulando toda la información en un enorme libro mayor digital también denominado “ledger”. Dos, se deben evitar las transacciones maliciosas. Tres, dichas transacciones no pueden ser modificadas.

Estas restricciones tienen una ventaja: proporcionan una seguridad prácticamente total (siempre y cuando el desarrollo de los ordenadores cuánticos, en los que se están invirtiendo ingentes cantidades de dinero, no nos digan lo contrario). Eso lleva aparejado una desventaja: las transacciones son lentas. Por eso el bitcóin es más un activo financiero (si bien cotiza en el mercado de derivados de Chicago) que una moneda. Por eso mismo sería más adecuado denominarlo oro digital.

El bitcóin nació en el año 2008 a partir de un programa informático creado por Satoshi Nakamoto (no se sabe si es una persona o un equipo de trabajo). La primera transacción se realizó en enero del año 2009. En la actualidad, hay emitidos aproximadamente 18 millones de bitcóines. El límite, 21 millones. El último aparecerá en el año 2140.

¿Cómo se puede comprar un bitcóin? Hay dos opciones. La primera, acudir a un intermediario digital como Binance, Huobi global (ambos de China) o Coinbase (Estados Unidos). En cierta forma es semejante a comprar acciones: nos vamos a una plataforma, hacemos la transacción dejando nuestra tarjeta de crédito o mediante transferencia bancaria y asunto arreglado. En este caso, una vez que tenemos el bitcóin, dicha plataforma nos deja una especie de cuenta corriente, aunque siempre podemos correr el riesgo de que la web colapse o sufra un ataque informático. Por eso hay otra opción más útil: tener un billetero digital. Siempre que podamos entrar en Internet y podamos usar la aplicación correspondiente tenemos acceso al mismo mediante una contraseña. Y de nuevo, aquí vienen los problemas: si perdemos la contraseña, perdemos todo. No hay solución posible. Y sí, la cosa es grave: se estima que cinco millones de bitcóines se han esfumado como consecuencia de este pequeño detalle.

Regresamos a las formas de comprar bitcóines. La segunda: haciendo minería. Sí, minando. Como si estuviésemos buscando oro. De hecho, es lo mismo. Lo que ocurre es que se debe desencriptar el bitcóin y eso lleva mucho tiempo y sobre todo, mucha energía. El gasto en electricidad mundial usado en este concepto es mayor que, por ejemplo, el de Bélgica. Un mundo complejo y complicado, sin duda.

¿Merece la pena comprar bitcóines? Ventaja: son siempre nuestros. Nadie nos los puede tocar. No se pueden embargar. No van a sufrir efectos inflacionarios: el sistema, en este caso, es muy robusto. Inconvenientes: la volatilidad en la fluctuación de la moneda como consecuencia de que también tiene un componente especulativo.

Existen muchas monedas virtuales más como el litecoin o el ethereum (la segunda más usada: es la plata digital). Esta moneda está asociada a los smart contracts, que consisten en un programa de software que se ejecuta junto a una transacción financiera. Una aplicación sencilla: si compramos un billete de avión con este método y no hay vuelo nuestro dinero es reembolsado al momento. Este concepto, más desarrollado, nos lleva a la digitalización de la propiedad.

Todavía hay más. Están los token, monedas digitales, semejantes a una ficha de las barracas de autos de choque. Los ICO (initial coin offering; no es lo mismo que instituto de crédito oficial) van a amplificar los mercados financieros. Se usan para financiar DAO (organizaciones autónomas descentralizadas). ¿Cómo funcionan? Si deseamos captar capital para un festival de verano, se ofrecen tokens consistentes en una proporción de la recaudación del mismo (por ejemplo, un 1%) a cambio de dinero; por ejemplo, 100 euros. Si hay festival y es un éxito, podemos multiplicar la inversión. Si la cosa no funciona, la inversión se multiplica por cero. En resumen, tenemos oro digital, inversiones digitales, contratos digitales y monedas digitales. Todo ello está sustentado en una tecnología que ocupará cada vez más espacio en nuestra vida cotidiana.

¿Es el fin de los sistemas dirigidos? Si se cumple la ley de Johnston: “lo que se puede descentralizar se va a descentralizar”, está claro que sí.

Economía de la Conducta. UNED de Tudela