uentan que un domingo de enero de 1980, la iglesia del Rosario de la capital salvadoreña acogió a cientos de manifestantes reprimidos por la policía y el ejército. Durante horas, los encerrados, entre los que se encontraba el teólogo vasco Jon Sobrino, intentaron negociar una salida pacífica que al fin lograron. Durante el encierro, dicen que desapareció el jesuita. Lo buscaron por los rincones de la iglesia hasta que a alguien se le ocurrió mirar en el campanario. Bingo. Allí estaba Jon Sobrino con su pequeño transistor de onda corta conectado aRadio Exterior de España, para seguir el resultado de su Athletic de Bilbao. ¿Esto que se cuenta es todo verídico? ¿Es una leyenda urbana para definir a un religioso futbolero vinculado nunca mejor dicho a la catedral? Sí, Jon Sobrino, uno de los padres de la Teología de la Liberación, tampoco es perfecto.

No fue ese el momento más difícil en su vida. Lo pasó mal cuando la Congregación para la Doctrina de la Fe emitió una notificación aprobada por el Papa Benedicto XVI censurando parte de su obra por “falsear la figura del Jesús histórico al subrayar en demasía la humanidad de Cristo, ocultando su divinidad”. La censura incluía la prohibición de dar clases en centros eclesiales, o de publicar nuevos libros sin permiso previo de la autoridad eclesiástica. Su obra principal cuestionada se titula Jesucristo liberador, lectura histórico-teológica.

Afortunadamente, en octubre de 2018, con ocasión de la canonización de monseñor Romero, el papa Francisco agradeció a Jon Sobrino su testimonio.

Pero su dolor más íntimo lo sufrió cuando supo que el ejército asesinó a seis de sus compañeros, entre ellos, Ignacio Ellacuría, y a las mujeres Alba y Celina. Jon Sobrino se encontraba dando una conferencia en Tailandia aquel día de noviembre de 1989 en que la dictadura decidió matar a un grupo de jesuitas valientes que en medio de la guerra daban la cara por la paz. Jon se libró por casualidad.

Pero, ¿por qué un agnóstico se preocupa de divulgar la figura del jesuita Jon Sobrino?

En este caso lo hago por su vinculación a las ollas comunes que tienen una larga historia en América Latina. Como afirman Juan Ignacio Latorre y Pedro Pablo Achondo, en su artículo sobre la teología de las ollas, publicado en la revista chilena El Mostrador, las ollas no han dejado de existir ni en dictadura ni en democracia. En comedores populares, iglesias, locales de asociaciones de barrio, sedes sindicales, el paisaje de colas formadas de hambre y necesidad, es un paisaje cotidiano en ciudades y municipios rurales y urbanos. Desde abajo, sin esperar a las instituciones, miles de personas se organizan para sobrevivir y es entonces cuando emerge la empatía, la compasión, un sentido de la justicia, con el afán de ayudar y de servir. En todo el subcontinente se confunden en un abrazo, lágrimas y sonrisas de los empobrecidos, dando cátedra de lo que quiere decir ser comunidad.

Esta forma solidaria y combativa de entender la relación social tiene mucho que ver con la Teología de la Liberación. Los más pobres sobreviven gracias a la olla compartida y convocada, a las solidaridades que donan los alimentos y las manos voluntarias de quienes los preparan. De esta historia solidaria que demuestra que hay una manera distinta de hacer sociedad forma parte Jon Sobrino. Este vínculo de Jon Sobrino lo destacan el senador Juan Ignacio Latorre y el teólogo Pedro Pablo Achondo, ambos chilenos, en su citado artículo sobre la teología de las ollas.

Nacido en Barcelona y de origen vasco, este amigo de Ignacio Ellacuría afirma que las ollas comunes son parte de una visión práctica y evangélica de ver el mundo. Sus claves teológicas están formadas por un potente aparato intelectual y, sobre todo, por las experiencias personales de convivencia con los olvidados, los más explotados. El hambre despierta una cooperación extraordinaria entre quienes lo sufren. Pero, como afirman Juan Ignacio Latorre y Pedro Pablo Achondo, sin la Teología de la Liberación que en la voz de Jon Sobrino habla de los “crucificados de la historia”, las ollas no habrían tenido la fuerza social que sigue conquistando conciencias. “No tanto cielo y más suelo”, piensa Jon Sobrino. Una consigna que comparto como agnóstico al que no le duelen prendas confesar su admiración por este jesuita que camina con audacia y a tientas, como él mismo confiesa.

¿Cómo hacer teología desde el suelo? Esta pregunta atraviesa su pensamiento y al mismo tiempo le perturba. El punto de partida para una buena respuesta es el compromiso con la justicia social y con la paz en libertad y democracia, que era la posición de los jesuitas asesinados en El Salvador. Bajo la pandemia del covid-19 son los pobres los que mueren más. Es un escándalo que impacta por un momento pero que enseguida se olvida sin que pongamos en cuestión el modelo de vida, de sociedad y de economía. La Teología de la Liberación lo ha venido haciendo. Jon Sobrino se pregunta: ¿cómo comprender la lucha por la vida cuando nos rondan y estamos inmersos en estructuras de muerte? Su respuesta es que la esperanza es lo que permite mantener en pie solidaridades de muchos tipos, como las ollas que son como una fórmula o metáfora de lucha de los pueblos crucificados que resucitan cada día.

La mística de Jon Sobrino une espiritualidad y política. No concibe separar ambas cosas. La teología de las ollas comunes es sentarse a la mesa de los pobres y, a la vez, es acción, reivindicación, protesta. “La Iglesia de las catacumbas sobrevive bajo tierra. No se la ve. No aparece en los medios. Se la creía extinguida. Existe. Arriba hay cenizas, abajo brasas” nos recuerda el teólogo Jorge Costadoat, también chileno. En las ollas los pobres ayudan a los pobres. Son una escuela de humanismo en la que importa poco la vida eterna. En la teología de las ollas cuenta el compromiso. Enfrentarse a los poderosos es un deber. No comulgan con hostias, lo hacen con palabras, con gritos, con rebeldía, con organización.

La actividad de las ollas comunes en América Latina está llena de riesgos. Todo el mundo sabe que son la obra de gentes de izquierdas comprometidas con un cambio de sociedad. Su principio no es la caridad de las autoridades eclesiásticas, sino los derechos de los que gritan por la justicia social. En las ollas se ríe y se llora en colectividad, todas y todos forman parte de una historia que quieren cambiar. El trabajo de Jon Sobrino consiste en acompañar los procesos de emancipación con un pie en las Escrituras y el otro pie en el barro. Sus palabras juntan la esperanza y la justicia en un solo proyecto de vida. Por algo dice que “hay que bajar de la cruz a los pueblos crucificados”.