ay días en los cuales uno se despierta levantándose de la cama con el retumbar de una palabra, una idea, en la cabeza. Eso me sucedió hace unos días. La palabra, la idea, era Ordenar, con una referencia directa a mi biblioteca.

Cuento con unos cuantos miles de ejemplares, por lo tanto, hablamos de una tarea ardua. Empecé por algo de sentido común y que me llevó un tiempo decidir, como es la elección del criterio para establecer un mencionado orden. Por alguna razón desconocida para mi, surgió con fuerza inusitada la necesidad de comenzar por aquellos libros que tratan sobre augurios, profecías, y predicciones estadísticas. Tengo unos cuantos y de todos los tiempos.

Desde el I Ching o Libro de las Mutaciones chino, que data, aproximadamente, del año 1100 a. C., hasta uno bastante reciente, escrito por Leopoldo Martínez Nucete y titulado Paradojas para pensar el siglo XXI, pasando por los profetas del Antiguo Testamento, Nostradamus, Alain Peyrefitte, quien en 1977 dibujó algunas de las evoluciones que contemplamos en la China de hoy en su libro Cuando China despierte, por cierto, título debido a una expresión atribuida al emperador Napoleón. Así, hasta llegar a John Naisbitt, que en 1983 intuyó y esbozó algunas de las Macrotendencias por las que hoy nos preocupamos, contemplamos y gestionamos.

He de reconocer que la visión de esos libros y la relectura de algunos de sus párrafos me han impulsado a escribir estas líneas, y a reflexionar sobre la necesidad que los humanos tenemos de que alguien nos proporcione "certezas concretas e indiscutibles" acerca de nuestro futuro. Algo que aunque presente hoy gracias a la pandemia y a la gran recesión de 2008, es verdaderamente imposible.

En todos los ejemplares mencionados, y en otros muchos, existe un hilo conductor compartido en una mayoría de ellos, con mayor o menor objetividad, concreción, seriedad y acierto en los planteamientos, en donde se muestran visiones sobre el devenir de los hechos y circunstancias que les tocó y toca vivir, de su realidad presente pero, sobre todo, de la futura.

Y, además, nos hacen pensar, sin proporcionarnos aspectos cerrados e inmutables de la vida. Una labor, la de pensar, básica en una sociedad en donde piensan por nosotros quienes consideran, erróneamente, que están llamados a ello. Eso, tanto ayer como hoy, no nos gusta demasiado.

Si nos fijamos en los autores más recientes, con las percepciones en boga -esto es una manera de hablar- en John Naisbitt, por ejemplo, podemos constatar la importante crítica que el mundo de la opinión dominante o parte de él, hizo a sus planteamientos con el exclusivo argumento de no "acertar" al 100% en sus predicciones. Eran otros tiempos.

Pero cuando Naisbitt hablaba de la migración de una economía nacional a una mundial, de una democracia representativa a otra participativa -por referirme solo a dos de las diez macrotendencias que plantea en el libro ya referido-, no yerra en las tendencias que apunta a la luz de la visión de los sabios oficiales. Al igual que ahora esos sabios oficiales siguen defendiendo la figura de organización administrativa que es el Estado como concepto, sin ver la mutación que a escala global está experimentando ese concepto. ¿Es un Estado la Unión Europea? Todo lo contrario.

Cosa distinta es que Naisbitt no sugiere una conclusión puntual, cuantitativa e inamovible. Lo que aportaría otro planteamiento y supondría una seguridad teórica para quienes opinan sobre ella. Por ello se dan esas posiciones contrarias que parten de la inseguridad, algo que no gusta al ser humano.

La reflexión que Naisbitt hace sobre la tecnología, por ejemplo, hay que entenderla con la perspectiva y circunstancias propias de 1983, no las del siglo XXI. Además de ser todos bastante más jóvenes en aquellos años, esas reflexiones empezaban a estructurarse conceptualmente para llegar al esquema teórico, aún no cerrado y de complicado cierre, con el cual las abordamos hoy.

La concreción en los pronósticos nos suministra seguridad. Es la condición humana. Pero también lo es la evolución y esta supone, entre otras muchas cosas, superar la geometría euclidiana, válida para el plano pero cuasi inservible en el espacio real en el que vivimos y en donde todo es curvo, hasta el tiempo. No existen rectas. Esto es así del mismo modo que se ha superado la utilización de ecuaciones, que suponen un resultado único válido por el algoritmo, el cual facilita un intervalo de resultados con una probabilidad alta y determinada de que el corolario esté en ese intervalo.

Ahora bien, la certeza fallida de la utilización de las hojas excel en el mundo financiero provocó, -simplificando y entre otras cosas-, la crisis de 2008, lo que supone la creencia fundamentalista en los gurús, los augurios y la tecnología, al margen de la capacidad crítica del individuo.

La utilización de algoritmos y del Biggest Data si no se realiza con controles legales pertinentes y desarrollados expresamente -en ello parece que estamos-, puede llevarnos a proyecciones y augurios falsos y malintencionados, no erróneos. Es conveniente y necesario generar una migración hacia un denominador común de muchos de los conceptos que hoy consideramos, y son en muchos aspectos, novedosos y nuevos. Esa migración conceptual nos facilitaría el uso y mejor comprensión de la evolución de la propia naturaleza como sistema, a la cual pertenecemos como un elemento más de ella. Frente al enfoque, por desgracia, mayoritario y habitual, de contemplar y hacer excesivo caso a los hechos y circunstancias coyunturales que nos rodean.

No nos influyen solo las noticias, aunque las mismas nos expliquen y aclaren de manera más sencilla ciertas cosas, casi todas, una vez desechamos las falsas noticias. Nos rodean y afectan los procesos, las tendencias, siendo los hechos puntuales, por muy importantes y significativos que sean, meros hitos de los propios procesos.

En definitiva, hemos pasado de los modelos simples y comprensibles que aportan un resultado posible a la era del algoritmo que representa mejor la complejidad de nuestro mundo, aunque sea menos inteligible desde la percepción del individuo. Esa evolución imprime carácter, y no es malo. Su inadecuada utilización sí puede serlo.