a vieja Vasconia se nos presenta en la mente agreste y boscosa, entre el Garona y el Ebro, poblada de pastores sin romanizar, protegida por lamias y Basajaun. El trabajo arqueológico poco a poco disipa la niebla de una tierra mucho menos aislada y diferente que lo imaginado. Ubicada en unos de los nudos de comunicación más importantes de la Europa Occidental era de prever una relación mucho más estrecha con todos los acontecimientos europeos de los últimos milenios. Paso natural entre la Europa continental y la península ibérica desde los tiempos de Atapuerca por nuestro caminos han pasado casi todos. Los agricultores de la edad de Bronce, los celtas de la Edad de Hierro y los romanos llenaron de aldeas, cerros fortificados, villas y ciudades nuestras llanuras, costas y montes. Es casi un milagro, tras una ocupación tan densa del territorio por tantos y durante tanto tiempo, que nuestra lengua haya sobrevivido. Cuatro siglos de presencia romana no lograron disipar la presencia de la lengua vasca en las estribaciones de los Pirineos en ambas vertientes. La caída del imperio romano provocada por las invasiones bárbaras consigue insuflar un impulso vital a los probablemente debilitados últimos residuos indígenas. Enriquecida por el contacto con la lengua latina se alza vigorosa la lengua por el viejo solar vascón. La invasión musulmana y la constitución del viejo reino pirenaico determinan el tablero de juego que determinará finalmente la supervivencia de lo vasco. Los arqueólogos trabajan con ahínco las últimas décadas para iluminar lo acontecido en una época crucial para la supervivencia vasca, el tiempo entre la caída del Imperio y la llegada del Islam. Resulta llamativo que los visigodos y francos se encuentren en ambas vertientes con tanta resistencia. Algo parecido a lo acontecido en el oeste de la Isla Británica ante las invasiones sajonas. La llegada del mundo germano sajón a Bretaña implica movimientos de población hacia la Bretaña francesa, norte de España y concentración en el oeste británico. En alguna película artúrica se recoge algo de este tiempo. El britano tras siglos de dominación romana, hablante todavía de las viejas lenguas celtas, se enfrente al invasor bárbaro sajón del continente. Los mismos dirigentes que se dibujan es estas películas son una mezcla de soldado romano de estirpe indígena. No es un mal análogo para nuestra tierra. Tras seis siglos de presencia romana las clases dirigentes vasconas de la caída del imperio son probablemente mucho más cristianas y romanas que los propios suevos, visigodos y francos. El carácter montañoso y agreste pirenaico explica en parte la pervivencia de una población de habla prerromana. Pero es probable que a ese factor debamos añadir también otro de vital importancia. Las lenguas perviven en la medida que es lengua de expresión de un grupo dirigente regional. La vieja lengua castellana se extiende así con fuerza de su pequeño solar a todas las tierras de la corona castellana. Lo mismo acontece con la lengua inca, desplazando a otras lenguas incluso más potentes. Se comienza a sugerir en el ámbito académico que entre la caída del imperio romano y la llega del mundo musulmán, en ese periodo oscuro, vascones militares y cristianos constituyeran la clase dirigente. Este hecho pudiera explicar la vitalidad que la lengua vasca experimenta en este tiempo y muy especialmente en la vertiente sur de los Pirineos, incluso en el sector más occidental, donde los restos epigráficos euskéricos en época romana son casi inexistentes, a diferencia de lo que acontece en el este, en Navarra, Soria y el Norte de Aragón. Resulta sugerente captar que no solo los pastores vascones expliquen la pervivencia de lo vasco, sino una casta militar cristiana dirigente. Quizás como en la vieja Gales, en la vieja Bretaña, algunos historiadores apuntan a los soldados rustici, naturales del país, tropas auxiliares reclutadas en la zona por los romanos, y que durante siglos cuidaron la calzada Astorga Burdeos y los puertos pirenaicos. Resultaría sugerente que la historia previa a los reyes pamploneses educados por los monjes de Leire pudieran ser también soldados romanos indígenas que tras la caída del imperio llegaran a controlar los destinos de sus gentes. Los enterramientos con armamento al estilo franco de este tiempo oscuro en toda nuestra tierra y la necrópolis entorno a la basílica cristiana de Dulantzi del siglo VI apuntan a la posibilidad que las tierras que rodean este tramo de la calzada Astorga-Burdeos fueron controladas por clases dirigentes muy armadas, cristianas y casi con seguridad de habla vasca. Quizás la pervivencia vascona tenga que ver también con vascones pirenaicos, que tras siglos de servicio militar al imperio romano, manifiestan una destreza militar más alta que la esperada. Y curiosamente con un elemento que lejos de ser extraño constituye probablemente desde la caída del imperio romana hasta anteayer algo propio y fundador de la organización política regional: el cristianismo. Quizás aquí también hubo Arturos indígenas bastante romanos y cristianos. Gentes con destreza militar suficiente para frenar a francos y visigodos. Militares vascones romanos de habla vasca con parientes que evangelizan en su lengua y reproducen los modelos europeos típicos del momento. Entre el Garona y el Ebro no sólo vivían las lamias y basajaun.