n este periodo de pandemia y de crisis económica oímos mucho hablar de deuda pública, aunque en realidad el tema venga de mucho más lejos. La actitud de nuestra sociedad nos recuerda, sin que sirva de comparación, al niño que delante de un escaparate de juguetes insiste a su padre para que le compre uno de ellos. Ante la contestación del padre explicando lo caro que resulta, el niño le responde: "Pues vete al banco y te dará el dinero". Actualmente, ante las numerosas necesidades de nuestra sociedad, cuántas veces hemos oído: "Que el gobierno recurra a la deuda y problema resuelto."

Nosotros, que no somos especialistas financieros, nos hacemos varias preguntas o reflexiones.

Nuestras administraciones suelen contraer las deudas ante unos fondos que pertenecen a entidades financieras privadas, y últimamente ante el Banco Central Europeo, soporte necesario del euro.

En 2020, la deuda del Estado español ha llegado aproximadamente al 120% del PIB. Es decir, cada español tenía contraída una deuda de 27.645 euros. En los Presupuestos Generales del Estado, la amortización de la deuda ascendió a 35.500 millones de euros, lo que representa el 8,57%. El hecho de que en Europa y el mundo haya países con un nivel de endeudamiento mayor (Francia, 140%; EEUU, 120%; Japón, 235%; etc.) no puede ser un consuelo para nosotros, pues sus condiciones económicas son muy distintas. En cambio, el Estado español podría inspirarse en Suecia, 35%; Dinamarca, 35%; Alemania, 60%; Finlandia, 60%; etc.

En el caso del Gobierno Vasco, la deuda ha pasado del 12,1% (2019) a 14,9% (segundo trimestre 2020), lo que representa una deuda per cápita de 4.811 euros. Este nivel de deuda muy inferior y la confianza que merece la Hacienda vasca permiten al Gobierno Vasco endeudarse, al día de hoy, en los centros financieros internacionales en muy buenas condiciones.

A pesar de ello, para unos presupuestos de 2020 de 11.774 millones de euros, la partida de amortización de la deuda asciende a 714,7 millones de euros (en 2019, esta partida era de 1.098 millones de euros, es decir, el 10% del presupuesto). ¿Somos conscientes que ello representa más del 20% de lo asignado a Sanidad o Educación, a pesar del nivel tan bajo de nuestro endeudamiento?

Este capítulo, el más importante, es del dominio de una ingeniería financiera que desconocemos. Lógicamente, los especialistas de los países endeudados buscan las maneras de devolver en las mejores condiciones o€ de no devolver. La primera es la de devaluar nuestra moneda, pero ello ya no depende del Gobierno español o vasco, porque nuestra moneda es el euro, de la Unión Europea. Una devaluación salvaje la debilitaría con consecuencias catastróficas a medio o largo plazo. Muy lógicamente, los países de la Unión Europea que se han mostrado las décadas anteriores mucho más serios en su gestión, no quieren oír hablar de esta solución de facilidad. En cuanto a no devolver, sin duda podría tener consecuencias todavía más graves, pues el descrédito internacional de la UE nos imposibilitaría cualquier operación ulterior.

Ante todo, siendo España, Francia, Italia o Euskadi países ricos, nos parecería éticamente abominable que podamos plantearnos la alternativa de no devolver nuestras deudas, independientemente de sus nefastas consecuencias a medio y largo plazo. Debiendo devolverla, con partidas tan importantes como las descritas anteriormente, ¿somos conscientes de las consecuencias para nuestras políticas sociales de futuro?, ¿qué perspectiva y qué legado dejamos a las generaciones posteriores? Apelamos a la solidaridad con los necesitados de hoy, contando únicamente con el sacrificio de las generaciones de nuestros hijos y nietos. Lo que nos parece muy falso y egoista.

Hay dos casos que precisan del endeudamiento de nuestras administraciones:

-Las inversiones que permitirán la realización de proyectos que crearán riqueza, destinada a mejorar el bien común de nuestro pueblo y no la de una pequeña clase privilegiada.

-Hacer frente a necesidades urgentes de nuestra sociedad, surgidas por unas circunstancias excepcionales, como la pandemia que padecemos con sus consecuencias sanitarias y económicas.

Pero en ningún caso se deben destinar fondos provenientes de la deuda para hacer frente a gastos corrientes, aunque sean sociales. Tenemos que aprender a no vivir por encima de nuestras posibilidades y resolver por nuestros propios medios los problemas habituales que tenemos. En caso contrario sería "pan para hoy y hambre para mañana". Todavía menos justificado estaría utilizarlos para rescatar bancos (o similares) que se han enriquecido a costa de todos nosotros, algunos antes de quebrar, como ya ha ocurrido en el pasado.

Para las necesidades urgentes y apremiantes todo endeudamiento es aconsejable; para lo superfluo, ni un solo euro. Si no sabemos distinguir entre lo necesario para nuestro pueblo y lo superfluo, nuestro caso será todavía más grave.

Patxi Meabe, Pako Etxebeste, Arturo García y Joxemari Muñoa