¿Fue Diego Armando Maradona un buen ejemplo para la sociedad? Rotundamente no. Nada hay en el personaje que nos invite a tomarle como referencia para nuestro modo de vivir. A pesar de ello, el escritor Eduardo Galeano dijo de él que era el más humano de los dioses. Y, pensándolo bien, tal vez sea verdad que los dioses no están libres de pecado, creaciones humanas de una sociedad patriarcal e imperfecta, fábrica de genios de dos caras. Como Gandhi, que en algún momento alabó el patriotismo de Hitler, aunque se opuso al holocausto. Y como Churchill, que se manifestó como supremacista blanco. Como la madre Teresa de Calcuta, que dejaba que en sus hospitales se diera sólo aspirinas para los cánceres terminales porque pensaba que la miseria y el sufrimiento eran voluntad de Dios y no debiera ser corregida. Como John Lennon, que admitió que dos de sus esposas fueron víctimas de su violencia.

Lo cierto es que muchísimas personas admiradas han sido machistas en alguna de sus variantes. Desde Gustavo Adolfo Bécquer a León Tolstói. Desde Pablo Picasso a Sean Connery. Desde Juan Ramón Jiménez a Pablo Neruda. Desde Roman Polanski a Woody Allen. Ni el fútbol, ni el cine, ni la literatura, ni la política, pueden primar sobre la violencia contra las mujeres. Por eso, en cuanto a Maradona, no tengo ningún interés en blanquear su figura. El movimiento feminista tiene razones para denunciar algunos de sus comportamientos misóginos y machistas. Sin embargo, resulta que al hombre no es al que se llora. Al que se llora es al futbolista. Como en otros casos, al pacifista, al estadista, al músico, o la sierva de Dios.

Como jugador de fútbol era único, la más grande personalidad del fútbol mundial. No digo que como futbolista haya sido el mejor. Es complicado hacer comparaciones entre futbolistas de distintas épocas y a la luz de la evolución de los terrenos de juego, de los reglamentos, de los entrenamientos, de las tácticas, de la preparación física, de la tecnología, del arbitraje, y hasta de los comportamientos de ese objeto lleno de vida que fascinaba a Diego el futbolista, el balón, la pelota. Lo que digo es que ha sido la más grande personalidad de un deporte que en Argentina levanta pasiones, y que bajo el liderazgo de Diego recuperó el orgullo maltrecho por la derrota de las Malvinas bajo las bombas de los ingleses.

1986 fue el año en que la dignidad argentina nació de nuevo tras la derrota bélica en junio de 1982. Y como si los astros se alinearan en el cielo, esa final del Mundial fue nada menos que en el estadio Azteca de México, lugar que evoca rebeldía y rebelión. Sí, era un líder, líder de multitudes. El que dio a su país el regalo y el derecho de hacer burla a los imperialistas ocupantes de las Malvinas, en un momento en que el país estaba sumido en la depresión y la pena. La Argentina tirada en el los suelos, vencida, se levantó al grito de gol, al que se sumaron Carlos Gardel y Evita Perón. Este estatus de líder vengador de la humillación nacional, nunca lo podrá tener ningún otro jugador, aunque se llame Messi. Por eso Diego el futbolista ha sido único, el líder, no uno más. Él llevó a la selección albiceleste a la gloria, ayudado por la mano, no una mano cualquiera, era la mano de Dios.

En lo futbolístico está todo dicho. Ríos de tinta se han escrito en todos los periódicos del mundo, citándose todas las genialidades del rey de la gambeta. Doctores tiene la Iglesia para describir su juego. A mí me interesa la leyenda. La leyenda entendida como relato de sucesos maravillosos o imaginarios, encuadrados en cierto momento histórico. La belleza de Diego el futbolista, no estaba en el personaje de apellido Maradona que acabó auto devorándose. Estaba en su juego. Lo bueno y lo malo, el bien y el mal, lo feo y lo bonito, forman parte de la misma persona. Como en cada una de nosotras y en cada uno de nosotros. La verdad es que cuesta aceptar que en el futbolista que admiramos viva también el personaje que censuramos. Parece que no puede ser. Pero es. Sin embargo, somos compasivos con esa misma contradicción cuando la aplicamos en nosotros mismos. Tal vez tengamos que aprender a conjugar con serenidad y proporción amor y odio, para no tener que dimitir y salir corriendo de esta humanidad que no tiene arreglo.

A diferencia del fútbol de piscifactoría que actualmente predomina, Diego el futbolista practicó el fútbol puro. Esa pureza que no tuvo fuera de los estadios, la tuvo en su fútbol de barrio transferido al profesional. Su leyenda arranca de ese origen: el juego de regate en un campo de polvo y barro de una comunidad pobre.

Si jugando al fútbol fue un genio, en su vida fue por períodos un juguete roto en manos de mala gente. Su lado oscuro se gestó al parecer en Barcelona y se fortaleció en Nápoles, donde quedó enganchado a la adicción, o sea la enfermedad. La labor destructiva fue el resultado de una cohorte de aduladores y buscavidas que se aprovecharon de una personalidad que reunía una nefasta gestión de la fama con la necesidad de estar siempre en compañía. Esta cohorte de chupones, hicieron de Maradona la cara contraria de Diego el futbolista.

Seguramente la leyenda preservará al futbolista por las emociones que transmitió a la gente. Pero es bueno que sepamos que ni siquiera el más humano de los dioses estuvo libre de la comisión de graves errores, de irresponsabilidad. Su leyenda, para mucha gente tendrá sólo una cara, para mucha otra gente tendrá las dos caras de una misma moneda.