l siglo XIX en Estados Unidos fue una época de expansión y conexión. Expansión en el sentido de cómo la sociedad norteamericana se movió de este a oeste. Conexión en cuanto a cómo fue conectando las principales ciudades. El tren fue claro protagonista en ello. Se construyeron líneas ferroviarias, sobre las que circulaban los trenes. Todo lo hacía la misma empresa: mantenía la infraestructura y la operaba. Hubo polémicas, dado que el precio de los billetes, decían, tenía que ser caro porque de otra manera era difícil mantener las infraestructuras en buenas condiciones. Así, los ferrocarriles eran monopolios naturales privados. Esto se tradujo en graves problemas para el sistema político. La industria ferroviaria se convirtió en la primera sujeta a regulaciones federales.

Más de 150 años después, nos encontramos con una historia medianamente paralela. Los gigantes tecnológicos de nuestra era tienen muchas piezas del ecosistema del valor actual. La era de la movilidad y de Internet nos ha traído una dependencia no solo de la compra de dispositivos móviles, sino también de los programas que albergan esos dispositivos.

En 2008, cuando se lanzó la App Store de Apple y la Android Market (de Google), nadie se imaginó que en 2020 llegarían a concentrar tanto poder. Y es que en un inicio estas tiendas estuvieron centradas en aplicaciones para teléfonos móviles. Sin embargo, más tarde, con la movilidad en auge, y la aparición de nuevos dispositivos y las tabletas, diversificaron su oferta. La App Store de Apple comenzó a ofrecer aplicaciones y juegos, mientras que la tienda de Google se transformó en la Play Store, ofreciendo más recursos de ocio: libros, revistas, música y vídeo para una gran variedad de dispositivos. Desde entonces, controlan la práctica totalidad de este mercado.

El siguiente hito histórico se produjo en 2012. Google Play introdujo los pagos dentro de las aplicaciones. ¿Qué es eso? Pues que los pagos realizados a aplicaciones dentro de su ecosistema sean correspondidos con una comisión. El argumento era que si ofrecían la infraestructura para facilitar esas transacciones, lógicamente, debían recibir una compensación por ello. Parece lógico, si no fuera por la concentración de poder que tienen ambos mercados y la tarifa que cobran.

En este contexto llegamos a este 2020 en el que Fortnite, uno de los videojuegos más populares del mundo, ha sido eliminado de las tiendas de aplicaciones de Apple y Google. El motivo no es otro que la historia que introducíamos previamente. Epic Games, propietaria del juego, decidió, hace unas semanas, que el pago de cualquier compra dentro del juego fuera directamente a ellos. El objetivo no era otro que evitar la comisión del 30% que cobran por ello las dos principales tiendas de aplicaciones. Apple tuvo un litigio similar con Spotify en Europa. De la suscripción a Spotify Premium, el 30% es para Apple. En este caso no deja de ser paradigmático que lo haga Apple, que también tiene un servicio de suscripción a música para competir contra Spotify. En situaciones así es donde se percibe la concentración de poder. Apple se lleva entre el 15% y el 30% sobre las suscripciones y pagos realizados dentro de las aplicaciones de la Apple Store. Los juegos, parece ser, son la principal fuente de ingresos por servicios de Apple, unos 40.000 millones de euros al año.

Se habla mucho de que Apple cambió las interfaces móviles. Eso está fuera de toda duda. Pero también cambió, con estas tiendas de aplicaciones móviles, la distribución de software. No me negarán que es muy fácil ahora instalar una aplicación sin preocuparse de los aspectos de software y hardware que en un ordenador nos resultaban complicados.

Además, introdujo métodos de pago seguros y confiables. Nadie duda en pagar y comprar en estos mercados. Por lo tanto, es entendible el valor añadido que aportan estas tiendas. ¿Tanto como para ser el 30% Quizás ahí está la duda y el paralelismo con el ferrocarril.

Y, ¿qué es mejor para el usuario?