sta tragedia supone un nuevo punto de inflexión en el movimiento popular de protesta que desde el pasado octubre exige la salida en bloque de toda la elite política, que gobierna desde hace 30 años, además de reclamar justicia independiente, elecciones anticipadas y gobierno de tecnócratas. Este año el COVID-19 ha golpeado duro al país: más de un millar de locales cerrados definitivamente, 200.000 personas han perdido sus trabajos, en una economía con altas tasas de paro (30%) e inflación (60%) y con una deuda del 175% de su PIB, de las más altas del mundo con más de la mitad de sus 4,5 millones de ciudadanos en los umbrales de la pobreza.

El país está desde hace varios años paralizado políticamente en una confrontación sectaria que impide cualquier atisbo de reforma económica y estructural de la economía. Por ello, desde el año 2018 está paralizada una ayuda de 11.000 millones de dólares prometidos en la Conferencia de Donantes de Cedres (Francia) y otro tanto ha pasado con la ayuda del Fondo Monetario Internacional (FMI), debido a la falta de compromiso político de la dirigencia para sacar económicamente adelante al país.

Los acuerdos de Taif (Arabia Saudí) del año 1989, que pusieron fin a la guerra civil libanesa (1975-1990), establecían cuotas de poder por cupos confesionales o religiosos, entre chiítas, cristianos maronitas, suníes y drusos, principalmente, repartiéndose los principales cargos institucionales, jefaturas del Ejército y la Policía.

Se conformaron dos bloques que luchan por el poder político y económico, por un lado el Gobierno actual formado por los chiitas Amal-Hezbolá y el partido cristiano Movimiento Patriótico Libre y, por otro, la oposición formada por sunitas del dimitido Hariri, los drusos de Walid Yumblatdt y la Fuerzas Libanesas del cristiano Samir Gagea.

A ello hay que sumar la pugna interregional de la sunita Arabia Saudí y la chiíta República Islámica de Irán, que se cita también el tablero libanés. La presión de la calle ha conseguido la dimisión del todo el Gobierno y la convocatoria de nuevas elecciones. Protestas en las calles encabezadas por jóvenes, hastiados del enchufismo y clientelismo político y que ven que no tienen futuro en el país. Jóvenes entre 15 y 29 años nacidos después de la guerra civil, el 30% del total de la población, y que soportan un paro del 60% y que ya están hartos del sectarismo imperante.

El Líbano que en su día fue llamado la Suiza de Oriente y su capital Beirut, que el escritor libanés Amin Maalouf la describió en los años sesenta como "capital intelectual del Oriente árabe y el lugar ideal para el florecimiento cultural y el pluralismo"; pueden caminar hacia un estado fallido, como Somalia en su día, o Libia más recientemente, si la clase dirigente insiste en anteponer su adscripción confesional o sectaria a su nacionalidad libanesa.

El reciente restablecimiento de relaciones de Israel con los Emiratos Árabes Unidos, impensable sin la aquiescencia de Arabia Saudí, así como el rápido desarrollo económico de la última década de otros países de la zona como Qatar o Abu Dabi, han devaluado la importancia estratégica y económica del Líbano en la región. Así, por ejemplo, ya no está en la "primera línea del frente", dado que el "enemigo a batir" ya no es el vecino Israel sino Irán.

Por tanto, ahora para el mundo árabe la causa palestina parece ya no ser prioritaria y puede que también a medio plazo la nueva geoestrategia regional sacrifique la estabilidad libanesa.

Los últimos días de agosto se nombró un nuevo primer ministro, el diplomático Moustapha Adib, un político independiente, y el 1 de septiembre llegó de nuevo al país el presidente francés, Macron, para intentar relanzar una reforma política y un plan económico en estos momentos de grave inestabilidad política y social. El 31 de agosto algunos líderes políticos como el Jefe del Estado, el cristiano maronita Sr. Michel Aoun, y el presidente del Parlamento, el chiita Sr. Nabih Berry, declararon al periódico beirutí en lengua francesa L'Orient Le-Jour, que la reforma política es imprescindible para poder avanzar y desbloquear la situación; parece surgir por tanto una débil esperanza que permita salir de este impasse, el tiempo lo confirmará.

Como muy bien añadió el citado escritor libanés Amín Maalouf, "ahora en la actualidad, lo que está en juego es la propia supervivencia de la nación, su prosperidad, su lugar en el mundo y su paz civil".