l 14 de julio hizo cuatro meses que mi gran amigo, Emilio, murió debido a la COVID-19. Fue el mismo día que se decretó el estado de alarma, cuando esta enfermedad comenzaba a hacer estragos. Huelga decir que esta pérdida representó un golpe inesperado y un choque para familia y amigos. Nos habían dicho que el virus era peligroso para un determinado colectivo de riesgo en el que Emilio no se encontraba. Sea como sea, el resultado de esta pandemia es que tenemos a una parte de la sociedad rota, no solo de dolor por la pérdida de seres queridos, sino también por las secuelas que ha dejado o mejor dicho dejará un virus inteligente del que todavía nos queda mucho por conocer. Todo empezó el día que te fuiste querido amigo. No sabíamos lo que venía y todavía no sabemos hasta cuándo durará todo esto, ya que, al llegar la esperada fase 3 de la desescalada, todo el mundo se mostró contento, relajado, alegre... se tenía que activar la economía. ¿Qué está pasando ahora? Pues que empezamos a tener un escenario de brotes y rebrotes, pero no dejo de pensar en la mochila de muertos que llevamos en la espalda. Detrás de las cifras hay personas, familias, vidas. ¿Lo tenemos presente esto?

Pero tenemos otra pandemia que también nos afecta globalmente, el calentamiento de nuestro querido planeta, de consecuencias terroríficas y sobre el que ya llegamos tarde. Con la crisis de la COVID-19, la naturaleza nos dio una lección de cómo se podía regenerar, el planeta tuvo un respiro y, vuelvo a insistir, ¿cuánto hemos reflexionado sobre esto? ¿Cuánto han reflexionado los gobiernos del llamado “primer mundo”? Es cierto que algunos de los países que conforman este grupo han desarrollado unas agendas y una serie de compromisos al respecto (acuerdo de París, el pacto verde Europeo, cumbres climáticas...) porque son ellos, los que tienen más recursos, los que han de dar ejemplo de solidaridad con el resto y deben fomentar modelos de producción sostenibles que ayuden a preservar nuestros ecosistemas y la biodiversidad, de lo contrario, al paso que vamos, no habrá muchas más generaciones humanas futuras. El planeta está enfermo y aquí no habrá vacuna que lo pueda detener, pues de nada servirá quedarnos un mes o dos en casa. Entre todos tenemos que colaborar para sanarlo. Además, ahora ya sabemos que muchas de las enfermedades que padecemos provienen de la degradación ambiental y que, de seguir así, destruyendo la biodiversidad, el riesgo de que aparezcan nuevas enfermedades infecciosas será cada vez más probable. Por lo tanto, el cambio climático también tiene efectos sobre nuestra salud. Repito: ¿ya reflexionamos suficientemente sobre esto?

En varias ocasiones he escuchado decir a expertos/as que la pandemia nos debía servir para aprender a tener formas alternativas de hacer las cosas, hablando de iniciativas a favor del medio ambiente, a una explotación sostenible del medio natural... y yo me pregunto: ¿esto ha sido así? Me preocupa que después de haber vivido una crisis sanitaria mundial y de ver cómo miles de seres humanos han perdido (y pierden) la vida debido a la COVID-19, aún estamos presenciando imágenes donde la inconsciencia, el egoísmo y la falta de solidaridad de nuestra sociedad del “primer mundo” prevalecen. Los intereses individuales son lo primero y el resto se ve desde la lejanía, siempre en tercera persona.

Este hecho me provoca pesimismo. Si no aprendemos a pensar en el bien colectivo, si no dejamos de consumir innecesariamente, de tener más empatía hacia los demás (y no hablo sólo de seres humanos), si no dejamos de ser tan egocéntricos, si no tenemos una visión global de lo que está pasando y si no reflexionamos, además de convertirnos en una sociedad títere y fácilmente manipulable por las élites económicas y políticas, entraremos en una fase donde la cuenta atrás será irreversible. El progreso debe estar vinculado a una sociedad que valore cómo se está explotando el medio natural y sus consecuencias; el progreso debe ir de la mano de una sociedad letrada y valiente, activa, que no se calle, que se manifieste, que reflexione, porque el planeta nos necesita y nosotros a él. Es una relación de reciprocidad y está en nuestras manos salvarlo.

Sé que con Emilio este hubiera sido tema para una de nuestras largas conversaciones, y se lo dedico porque se fue demasiado pronto, muy rápido, y porque es de aquellas personas que siempre estará presente en mi vida. Él ya lo sabe.