Síguenos en redes sociales:

Europa: Tocada y hundida

Hace un año el presidente de Francia, Emmanuel Macron, decía de manera tajante: “Europa puede morir”

Europa: Tocada y hundidaEP

Hace un año el presidente de Francia, Emmanuel Macron, decía de manera tajante: “Europa puede morir”, alertando de esta manera a sus socios de la Unión Europea (UE) del peligro que se cernía sobre el futuro del proyecto europeo si no se tomaban decisiones rápidas para garantizar su soberanía en múltiples ámbitos, desde la defensa, en materia de seguridad, hasta la industria de la alta tecnología, pasando por el cambio climático y la sostenibilidad.

Ese temor expresado por el presidente galo se ha hecho realidad hace una semana en el campo de golf que el presidente de Estados Unidos, Donald Trump, tiene en Escocia (Reino Unido), a donde acudió la presidenta de la Comisión Europea (CE), Úrsula von der Leyen, para rendirle pleitesía y vasallaje y firmar un mal llamado acuerdo arancelario -sobre todo cuando se acepta sin cortapisas las propuestas de la contraparte-, que ha supuesto una claudicación y una sumisión y la renuncia del papel que debería de jugar Europa como superpotencia mundial.

No se entiende que una representante política con un mínimo sentido de lo institucional haya aceptado acudir a un lugar privado, en un país fuera de la UE, para firmar un acuerdo de esta transcendencia -aprovechando que su interlocutor dejaba al lado, por un momento, los palos de golf- y, encima, haga suyo el relato e incluso los gestos de satisfacción mostrando el dedo pulgar hacia arriba. Semejante torpeza requiere una reprobación por parte de los socios europeos porque no es la primera vez que la presidenta de la UE actúa sin creerse muy bien a quien y a qué representa. Von der Leyen siempre se ha alineado con los sectores más conservadores de la derecha europea, que empiezan a tener una visión diferente de lo que tiene que ser Europa.

Aun cuando el contenido exacto del pacto suscrito entre Estados Unidos y la UE no se sabrá hasta el próximo día 7 de agosto, fecha en la que Trump quiere dar por terminada la guerra arancelaria iniciada el pasado mes de abril y que ha provocado dos grandes sacudidas en los mercados bursátiles del mundo, lo cierto es que es el peor de los acuerdos posibles, precisamente, por su asimetría y porque demuestra una gran debilidad que puede ser utilizada por Estados Unidos en el futuro.

Bien es cierto que frente a la amenaza de contar con unos aranceles del 30% alcanzar el 15% puede ser un éxito negociador, pero no hay que olvidar que partimos de un 2%, con lo que aquellos que quieren ver la botella medio llena carecen de argumentos para defender la bondad del acuerdo, máxime cuando se mantiene el 50% sobre el aluminio y el acero. El único sector que se beneficia es del automóvil que baja del 25% al 15%, y que beneficia fundamentalmente, a Alemania, debido a las presiones que sobre la presidenta de la UE ha ejercido su correligionario y canciller alemán Friedrich Merz. Por eso, se entiende que el país europeo donde menos críticas se han vertido sobre este acuerdo haya sido Alemania. Las casualidades en política no existen.

Trump, que considera que la UE “se formó para perjudicar a Estados Unidos” y que “es peor que China”, ha utilizado la amenaza arancelaria como palanca para conseguir dos de sus objetivos. Por un lado, que las importaciones de Estados Unidos hacia Europa no tengan gravámenes altos y comprometer la compra de productos energéticos por valor de 750.000 millones de dólares en tres años, hacer inversiones el país norteamericano por otros 600.000 millones e incrementar la adquisición de armamento estadounidense.

Y aquí es donde Von der Leyen ha convertido el informe Draghi en esa Biblia que existe en la mesilla de noche de los hoteles estadounidenses a la que nadie le hace caso, y menos la lee, como suele afirmar el presidente de Repsol, Antonio Brufau. Nadie entiende que en un momento en que la UE necesita financiar su autonomía estratégica, -ya que cuenta con un déficit de inversiones de 800.000 millones de euros, según datos del informe Draghi, que incluso pone de relieve el problema del trasvase de ahorro europeo a Estados Unidos-, la presidenta de la UE haga oídos sordos a esta recomendación y se comprometa a invertir esos importantes recursos en el país norteamericano, cuando son necesarios para cumplir con las aspiraciones de gasto en defensa, infraestructura y transición energética en Europa. Al margen de que son las propias empresas las que decidirán si quieren invertir o no en Estados Unidos, por mucho que Von der Leyen se haya comprometido políticamente con Trump.

Sin embargo, en el supuesto de materializarse esa inversión europea en Estados Unidos, las consecuencias para Trump pueden ser negativas como lo explica el economista estadounidense Paul Krugman, al referirse al caso de Japón, que también ha prometido una inversión de 550.000 dólares en Estados Unidos. Según Krugman, la consecuencia más importante, en términos aritméticos, sería el aumento del déficit comercial de Estados Unidos, ya que la entrada de capitales extranjeros provocará un dólar más fuerte, lo que supondría una reducción de la competitividad de los productos estadounidenses. El tiro por la culata.

También existen dudas de que los compromisos de Von der Leyen de adquirir 750.000 millones de dólares en petróleo y gas natural en tres años pueda cumplirlos, porque esos productos que no los compran los gobiernos sino las empresas, van en dirección contraria a las políticas energéticas europeas dirigidas a la descarbonización, la electrificación y a la diversificación de las fuentes energéticas, entre ellas, las renovables. Parece imposible conseguir ese volumen no ya porque supondría dos tercios de las necesidades energéticas de la UE, y, por lo tanto, la dependencia sería excesiva, sino porque no existen las infraestructuras necesarias para su distribución, a lo que hay que añadir las dudas existentes de que Estados Unidos tenga un excedente de producción de esa magnitud.

Sea como fuere, el incumplimiento de estas promesas puede suponer a futuro otra baza para Trump, para ejercer una mayor presión a la UE, hasta el punto de poder plantear una revisión del acuerdo con nuevos aranceles. De hecho, las discrepancias entre lo acordado entre las dos partes han quedado patentes en la interpretación de la letra pequeña del pacto. En esa situación, la UE volvería a ser más débil y dependiente de Estados Unidos. Es la consecuencia de la estrategia apaciguadora que ha llevado a cabo la UE, en contra de la política de la confrontación como lo han hecho China o Canadá y de tratar de buscar alianzas estratégicas con ellos, porque Estados Unidos no tiene capacidad para enfrentarse con represalias comerciales en todo el mundo al mismo tiempo.

Europa no ha hecho valer sus armas en esa negociación sumisa porque la ha limitado al comercio de mercancías en donde Estados Unidos tiene un déficit comercial de 235.600 millones de dólares en 2024, sin tocar el superávit estadounidense en los servicios, sobre todo tecnológicos, que suponen alrededor de 109.000 millones. La fuerza de la economía estadounidense son sus servicios, tanto los tecnológicos como los financieros, y este era un punto donde la UE debería de haber hecho valer sus posiciones, sabiendo de su importancia, a través de la adopción de medidas regulatorias o fiscales.

La UE hubiera tenido más éxito en esta negociación, si en el mes de abril, cuando Trump lanzó su guerra arancelaria hubiera actuado como China y, en términos de reciprocidad, hubiera amenazado con aplicar unos aranceles por valor de 93.000 millones de euros a productos estadounidenses. La amenaza quedó en agua de borrajas, porque Trump fue más listo y elevó el gravamen al 25% al acero, el aluminio y los coches. La lucha de intereses entre los países miembros de la UE, fundamentalmente, Alemania, Francia e Italia y, por otros motivos, los nórdicos y bálticos que se sienten amenazados por Rusia, ha puesto en evidencia la falta de consenso para adoptar una posición más firme frente a Trump, con lo que ha prevalecido la posición moderada y conciliadora de la presidenta de la UE, que rehuía de la confrontación.

La UE, que es el bloque comercial más grande del mundo y que supone el 85% frente al 13% de Estados Unidos, ha sido derrotada geopolíticamente como actor que debería tener un peso fundamental en el concierto internacional y ha dado el visto bueno al nuevo orden mundial impuesto por un Trump que basa las relaciones internacionales en la ley del más fuerte. Faltan líderes en Europa que sepan defender los valores comunitarios por encima de los propios de sus países. No están, ni se les espera. Quo vadis Europa