El presidente del Círculo de Empresarios estatal, Juan María Nin, lanzó hace unos días un mensaje muy claro sobre la necesidad de aprovechar estos momentos de vacas gordas para acometer “reformas estructurales y mejorar la competitividad” de la economía española, al tiempo que se preguntaba si es conveniente tener una estructura económica basada en el sector servicios.

La reflexión de Nin es interesante, no solo porque viene de un hombre que conoce el mundo industrial, no en vano fue vicepresidente de Criteria, el holding de inversiones industriales de Caixabank, y ha formado parte de los consejos de administración de Gas Natural y Repsol, sino porque empiezan a oírse voces de que la apuesta de la economía española centrada en el turismo, que este verano va a superar otro récord con un aumento de 13% de visitantes y un incremento del gasto del 22%, puede provocar el efecto contrario y morir de éxito.

De hecho, las manifestaciones que, en las últimas semanas, se han producido en varias ciudades del Estado, algunas de ellas, con ciertas dosis de violencia, como la ocurrida la semana pasada en Barcelona, y que denotan un cierto hastió de los ciudadanos ante el fenómeno turístico, está provocando que desde el sector se estén alzando ya voces pidiendo a las administraciones que regulen una actividad que está registrando un crecimiento descontrolado en algunas zonas.

Por eso, es importante, a tenor de las manifestaciones de Nin, poner, nuevamente, en valor el peso que la industria tiene en la economía vasca, hasta el punto de representar el 24,2% del PIB, según los últimos datos hechos públicos hace unos días, por el Eustat, correspondientes al año 2022. Curiosamente, ese porcentaje se sitúa ligeramente por encima de Alemania con un 24% y mantiene una gran distancia con el Estado español que registra un 17,4% y Francia con un 13,3%. En lo que se refiere a la Unión Europea de los 27, también el peso de la industria vasca saca una apreciable diferencia frente al 20,6% europeo.

Una de las características más acusadas de la industria de la Comunidad Autónoma Vasca (CAV), que alcanzó un volumen de negocio de 74.642 millones de euros, el más alto de la serie histórica, es su alto nivel de concentración sectorial, fundamentalmente, en la rama de la metalurgia y productos metálicos, al que le siguen maquinaria y equipos, material de transportes y energía. En términos de empleo, la industria supone el 19,8% del total vasco, muy por encima de la media estatal que alcanza el 11.1%.

Con este panorama es una buena noticia que, el primer presupuesto del Gobierno Pradales, según las directrices dadas a conocer por su consejero de Hacienda, Nöel d’Anjou, contemple un incremento anual del 6% en inversión en I+D+i. La inversión en innovación se considera estratégica a la hora de apalancar el desarrollo y el futuro de este país desde el impulso tanto de la investigación básica como de la aplicada y el fomento de las nuevas tecnologías y, de esta manera, consolidar una sociedad basada en los principios y valores del estado de bienestar.

Este anuncio parte del compromiso que tanto el PNV como el PSOE suscribieron en el programa de actuación del Gobierno Vasco, en donde de manera taxativa se recoge la voluntad de “incrementar la inversión presupuestaria en políticas de I+D+i hasta, al menos, el 6% anual durante la legislatura”.

Junto a este incremento de la inversión pública en I+D+i también es de destacar en ese acuerdo el apoyo a la innovación empresarial, especialmente, en las pymes, que es el sector donde más déficit puede existir en este terreno por la ausencia de tamaño y la falta de recursos para acometer esta necesidad.

A pesar de que la CAV está a la cabeza de las regiones del Estado con un 2,32% de su PIB destinado a inversión en I+D+i, por encima de la media europea del 2,27% y muy superior a la estatal que se sitúa en el 1,43%, es imprescindible seguir aumentando el esfuerzo inversor hasta alcanzar, como dijo un eminente científico vasco, el 3% del PIB vasco en el año 2030. Un objetivo difícil, pero no imposible.

De momento, parece que vamos por buen camino, hasta el punto de que la Agencia Vasca de Innovación, Innobasque, estima que, durante este año, la inversión en I+D+i en Euskadi alcanzará la cifra récord de 2.068 millones de euros, un 6,4% más que en el ejercicio anterior. Este esfuerzo inversor que la industria vasca está haciendo por la innovación tiene también su reflejo en estudios como el del Regional Innovation Scoreboard (RIS) que elabora la UE y que permite comparar el desempeño en esta materia en un conjunto de 239 regiones europeas.

La CAV ha subido 15 posiciones y se sitúa en el ránking de las 100 regiones europeas más innovadoras, gracias a la mejora que está teniendo hasta el punto de ocupar el puesto 18 de las 20 regiones que mayor evolución positiva han demostrado en el último año. En este sentido, hay que destacar los progresos de Navarra que sube 21 puestos en la lista de las 100 regiones más innovadoras, colocándose en el puesto décimo entre las que más progresos han hecho en el último año, según el RIS. Este escenario también es compartido por Catalunya y Madrid.

La inversión en I+D+i es fundamental para impulsar el desarrollo de las empresas y consolidar su posición en el entorno internacional, puesto que la alternativa es clara cuando se destinan menos recursos a ese fin. O se opta por un modelo de negocio alternativo, como puede ser el basado en el turismo, como sucede en algunas regiones del Estado, o se hacen méritos para que el final del estado de bienestar esté cada vez más próximo.

El problema no solo se centra en que exista o no voluntad de seguir haciendo esfuerzos inversores y subir posiciones en esta carrera por la innovación mundial, sino también en que hay que competir con otros países que cuentan con una larga trayectoria en este terreno como Israel, que es el país con una mayor intensidad tecnológica del mundo, Corea del Sur, Alemania, Japón, Estados Unidos, China o la propia UE.

Nadie a día de hoy está de brazos cruzados en el mundo. En los últimos años, un total de 2.500 empresas globales han incrementado sus presupuestos en I+D+i en 140.000 millones de dólares. Ocho de las diez mayores empresas por capitalización bursátil son tecnológicas y su valor es de 12,6 billones de dólares, lo que significa nueve veces el PIB español.

El caso de China es paradigmático porque de no tener, prácticamente, actividad en I+D hace dos décadas, ahora destina a este fin 456.000 millones de dólares, que supone 22 veces la inversión de la economía española, desde un planteamiento planificado, con visión a largo plazo y con el objetivo de controlar aspectos críticos de la tecnología como son los sistemas de energía, defensa y ciberseguridad.

Nos encontramos en la era del cambio tecnológico, donde la diferencia entre los países generadores de tecnología y los dependientes va a ser cada vez mayor y el contar con un buen nivel de industrialización no garantiza poder situarse en una buena posición en este nuevo escenario centrado en la I+D+i y en el conocimiento. Por eso, cualquier esfuerzo en este terreno siempre será escaso.