“Europa puede morir”. De esta manera tan tajante el presidente de Francia, Emmanuel Macron, alertó a sus socios de la Unión Europea (UE) del peligro que se cierne sobre el futuro del proyecto europeo si no se toman decisiones rápidas para garantizar su soberanía en múltiples ámbitos, desde la defensa, en materia de seguridad, hasta la industria de la alta tecnología, pasando por el cambio climático y la sostenibilidad. Todo ello en un momento en que partidos de la extrema derecha, que antes eran antieuropeos, han cambiado de posición para, desde dentro, modificar el actual status quo de la UE basado en unos principios democráticos que recogen, entre otros, el estado de bienestar social.
Con esta expresión, Macron quiso sintetizar de manera muy clara la dramática situación que vive Europa, con cada vez menor peso en la actual partida de ajedrez mundial y en medio de los grandes jugadores como Estados Unidos y China.
Existe preocupación en todos los ámbitos sobre el futuro de Europa, no ya por haberse quedado descolgada en el concierto mundial económico, cada vez más polarizado en los dos bloques protagonizados por Estados Unidos y China, sino también en lo que significa de regresión democrática y disminución de la protección social. Gracias a la cada vez mayor presencia del neoliberalismo representado por un conservadurismo que, por sus ansias de poder, no tienen escrúpulos en aliarse con la extrema derecha, así como por las diversas marcas ultraconservadoras que han florecido en los últimos años por toda Europa.
Por eso, es pertinente traer al recuerdo figuras emblemáticas de ese neoliberalismo que basa en las reglas del mercado los únicos límites de desarrollo económico de los países como la que fue primera ministra del Reino Unido, Margaret Thatcher, o el presidente de Estados Unidos, Ronald Reagan, y sus consecuencias en el aumento de las desigualdades sociales y el retroceso de la clase media.
Si hay que tratar de evitar en Europa un retroceso en términos políticos y sociales, donde la salud y la educación dejen de ser derechos universales para convertirse en beneficio exclusivo de las capas sociales más pudientes, también debemos estar alerta sobre la posición que la UE está ocupando en el concierto económico internacional. Sobre todo, cuando nos encontramos en un mundo excesivamente cambiante e incierto, protagonizado por unos acontecimientos imprevisibles que distorsionan por completo el escenario conocido hasta entonces. Las invasiones de Rusia en Ucrania y de Israel en Palestina son dos grandes ejemplos de ello.
Como muy bien decía el que fuera Alto Representante para la Política Exterior y de Seguridad Común de la UE y secretario general de la OTAN, Javier Solana, durante su intervención en el XXXIV Encuentro Empresarial de Elkargi, celebrado hace unos días, en Donostia, “la economía global en este momento ya no es globalizada, está dando pasos atrás y está siendo cambiada por lo que podríamos llamar la geopolitización”. Este nuevo status quo internacional está siendo controlado por las grandes potencias como Estados Unidos, China y la UE, que dominan el escenario operativo mundial a través de la defensa de sus intereses y de sus sectores económicos, en detrimento de los demás.
Esta geopolitización de la economía está provocando una nueva red de confrontación entre bloques, en donde las alianzas bilaterales entre países sobrepasan sus respectivos marcos de actuación para configurarse como elementos de disuasión con todo lo que ello significa de cambio en las relaciones internacionales.
También la preocupación por el futuro de Europa se observa en Estados Unidos, donde se constata la falta de competitividad que el Viejo Continente tiene en el sector tecnológico, sobre todo en la Inteligencia Artificial, ya que todo lo que significa avance en esta actividad lo lideran empresas estadounidenses. Larry Fink, que preside BlackRock, la mayor gestora de fondos del mundo, con 10,5 billones de dólares bajo su gestión –cifra equivalente a siete veces el PIB anual español–, manifestó hace unos días, en un foro internacional, que Europa tiene que reducir sus políticas regulatorias para ser competitiva y debe de hacer una apuesta seria por la Inteligencia Artificial, la robótica y la tecnología de sensores.
Precisamente, la inversión en Inteligencia Artificial es uno de los grandes déficits de Europa, ya que supone solo una quinta parte de la de Estados Unidos, una manera clara para conocer la gran dependencia que, en este campo, vamos a tener los europeos en un sector donde va a gravitar el futuro del desarrollo económico futuro, sino lo está haciendo ya.
Y todo ello, con la disposición de menores recursos públicos por parte de la UE, que tiene que empezar a pagar los intereses de los fondos de Next Generation, la crisis industrial que vive Alemania con la disyuntiva de su repliegue hacía sus fronteras o el reforzamiento de su vocación europea, y el coste de la guerra de Ucrania.
El futuro del desarrollo económico mundial va a pivotar en las inversiones que de manera intensiva se hagan en I+D con Estados Unidos y China a la cabeza, y que se conforman como países ricos, precisamente, por ser generadores de tecnología, y el resto como meros consumidores, dependiente de aquellos.
Es necesario y urgente salir de esta situación de impasse en la que se encuentra la UE y, por ello, no estaría de más que se le hiciera caso al exprimer ministro de Italia, Enrico Letta, que, en un informe sobre la salida de la UE a la actual situación de pérdida de peso del Viejo Continente frente a los gigantes de Estados Unidos y China, propugna la integración de los mercados de capitales de Europa, con el fin de evitar que cada año 300.000 millones de euros europeos se vayan al mercado estadounidense porque es más atractivo y rentable. “La única manera de hacernos grandes es integrarnos y crear un único punto de entrada para los productos financieros en la UE”, ha dicho Letta, no sin antes poner de relieve las dificultades para alcanzar este objetivo por los planteamientos políticos internos de cada Estado miembro.
La evidencia es clara. La productividad en Estados Unidos es un 20% superior a la europea y el crecimiento registrado en la UE entre 1993 y 2022 ha sido del 30% frente al 60% de la economía estadounidense. Entre nosotros, una startup tiene un tope de financiación porque no hay mercado financiero para poder desarrollarse, por el contrario, según la gestora BIP Ventures, en 2023, las startups norteamericanas recibieron aproximadamente el 48% del total de la inversión de capital riesgo a nivel mundial.
Otro economista de prestigio, como el que fuera presidente del Banco Central Europeo y exprimer ministro de Italia, Mario Draghi, tiene claro que hay que llevar a cabo una transformación radical de la política económica si se quiere que el proyecto europeo tenga continuidad en el futuro. Para ello, hay que dar respuesta a los tres grandes desafíos que tiene Europa. Por un lado, la falta de escala debido a la fragmentación y descoordinación interna, la debilidad en la creación de bienes públicos comunes (infraestructuras energéticas, de seguridad y redes científicas) y el acceso limitado en recursos críticos como minerales o materias primas.
La corporación Airbus, que hoy es líder mundial en la fabricación de aviones y que surgió de la cooperación de empresas alemanas y francesas, que luego incorporaron a compañías británicas y españolas, es el mejor ejemplo del camino que debe reemprender con urgencia Europa. Más unión y más intercooperación entre los 27 miembros es la base para la pervivencia del proyecto europeo.