Está claro que la situación de incertidumbre casi permanente en la que estamos instalados desde hace más de dos años no invita al emprendimiento, sino más bien todo lo contrario. Esta situación está provocando una pérdida del dinamismo emprendedor que caracterizó a este país en el pasado y que dio lugar al importante tejido empresarial que existe hoy, sobre todo en el segmento de pymes.

Los datos dados a conocer hace unos días por la patronal Confebask confirman no solo el efecto negativo que está provocando esta larga crisis que comenzó con la pandemia del covid-19, sino también el descenso de ese espíritu emprendedor que es fundamental, no solo para el mantenimiento de nuestro tejido empresarial, sino también para su regeneración con la incorporación de nuevos nichos de negocio.

Desde febrero del año 2020, cuando comenzaron a propagarse los primeros síntomas del covid-19 que dieron lugar, posteriormente, al confinamiento y a la paralización de toda la economía mundial durante varios meses, hasta diciembre del año pasado, más de 1.000 empresas vascas, en concreto, 1.073 compañías inscritas (lo que no quiere decir que tuvieran actividad) en los registros de la Seguridad Social han desaparecido en la CAV, lo que significa un descenso del 1,8% frente al ligero aumento del 0,4% que se registró en el Estado. El mes de febrero de hace tres años supuso un punto de inflexión en la creación de empresas vascas que desde 2014 había registrado un crecimiento del 3,4%.

En el año 2022, según los datos facilitados por Confebask, desaparecieron un total de 325 empresas, con lo que el cómputo total en el conjunto de la CAV es de 57.820 compañías, tras producirse un pequeño repunte el pasado mes de diciembre con 49 nuevas incorporaciones, lo que significa un descenso del 0,6% interanual. Por territorios, Gipuzkoa pierde un 0,3%, quedándose en 20.402 empresas, mientras que Bizkaia ve desaparecer al 0,6% de sus compañías y Araba el 0,1%. Por sectores, el mayor número de bajas se produjo en el sector de industria y servicios, mientras que la construcción tuvo un mayor dinamismo con la puesta en marcha de nuevas empresas.

Esta preocupante realidad viene confirmada también en el informe Global Entrepreneurship Monitor (GEM) 2021-2022, elaborado por Euskal Ekintzailetzaren Behatokia-Observatorio Vasco de Emprendimiento (EEB-OVE), en donde se constata que entre los años 2016 y 2021 desaparecieron más de la mitad de las empresas vascas, en concreto, el 56% de las creadas durante este quinquenio, quedando solamente el 44% de las 17.052 compañías que se habían constituido en el inicio de ese periodo, es decir, un total de 7.499 firmas.

El cierre de estas empresas, que revela las dificultades que existen para dar continuidad a una compañía, sobre todo en un entorno tan cambiante y tan imprevisible por factores exógenos como al que estamos asistiendo, también tiene su afección en el empleo, ya que durante este tiempo se perdió el 28% de los 30.406 puestos de trabajo que se crearon en 2016.

Este panorama pone de relieve un aumento, aunque sea ligero, del porcentaje de abandono de la actividad empresarial en la CAV, que tiene una mayor incidencia en el tercer año del nacimiento de las compañías y un descenso en la capacidad de retener el empleo durante las etapas más tempranas de su desarrollo.

Y por si esto fuera poco, el informe GEM 2021-2022 destaca otro dato importante que pone en cuestión el emprendimiento en Euskadi al constatar que entre 2008, cuando tuvo lugar la crisis financiera más importante de las últimas décadas, y el año 2021, desapareció el 18% del tejido empresarial vasco, al pasar de las 179.953 empresas que existían hace 14 años a las 148.324 registradas el año pasado. Un dato revelador es que en 2008 se crearon en la CAV un total de 16.053 empresas, mientras que el año pasado las compañías que se pusieron en marcha por primera vez contabilizaron un total de 12.303.

Con esta realidad, la conclusión es tan evidente que nos debe obligar a la necesidad de adoptar medidas para cambiar de tendencia y provocar movimientos al alza. No solo tenemos 30.000 empresas menos desde 2008, sino que la creación de nuevas compañías sigue desde entonces en proceso descendente en términos relevantes, con lo que se constata la falta de músculo para contrarrestar las consecuencias derivadas de las distintas crisis que llevamos sufriendo, prácticamente y sin solución de continuidad, desde la Gran Recesión de hace 15 años.

El informe elaborado por un equipo de investigadores y expertos en emprendimiento de EEB-OVE, pertenecientes a Euskal Herriko Unibertsitatea/Universidad del País Vasco (EHU/UPV) y las universidades de Deusto y Mondragon, a partir de los datos realizados por una encuesta realizada a más de 4.300 personas, constata un déficit de algunos elementos que son claves para el emprendimiento entre la población vasca y que están por debajo de la media europea. A pesar de ello, afortunadamente, en la CAV existe un entorno de oportunidad, en donde la percepción de crear nuevos negocios es alta si se compara con el Estado.

En este sentido, la tasa de actividad emprendedora (TEA) en los tres territorios que componen la CAV fue del 4,9% en el año 2021, lo que supone una reducción de 0,3 puntos sobre el año anterior y coloca a la actividad emprendedora en Euskadi en unos niveles muy discretos, con el hándicap de que existen grandes dificultades para consolidar en el tiempo los proyectos empresariales iniciados. La TEA mide la población, en este caso vasca, de entre 18 y 65 años que está involucrada en actividades emprendedoras en la fase central del proceso de desarrollo de la empresa, que dura los primeros 3,5 años de vida.

Uno de esos factores que está afectando al emprendimiento en Euskadi es el miedo al fracaso que existe como un elemento cultural enraizado en la sociedad vasca. Mucho más acentuado que en otros países como Estados Unidos, en donde este elemento está interiorizado como algo consustancial a la puesta en marcha de nuevas empresas, y donde el fracaso es más habitual que el éxito que podemos llegar a conocer.

Esta falta de vocación empresarial que se observa en Euskadi puede tener relación con la situación de bienestar económico que existe en este país y que desincentiva el emprendimiento, ya que, ante una situación de fracaso, el coste de reputación profesional y de capital es importante, a lo que hay que añadir la ausencia de valoración en la sociedad de las personas que crean empleo y riqueza. Por eso, el mejor ejemplo de lo que debe ser un emprendedor son los investigadores científicos, que están acostumbrados a fracasar de manera continua en el laboratorio en esa búsqueda permanente por conseguir el objetivo que se han propuesto.

Ese miedo al riesgo y al fracaso es lo que hace que en Euskadi las perspectivas de trabajo de los jóvenes estén dirigidas en su mayor parte a encontrar un empleo en el sector público o una empresa consolidada por lo que significa de mayor seguridad y estabilidad que trabajar por cuenta propia. La estabilidad, oportunidades de formación y desarrollo profesional son los elementos que más valoran los jóvenes, que también buscan flexibilidad horaria y poder trabajar donde quieran.

Por eso, no nos puede dejar de sorprender que haya jóvenes que después de terminar sus estudios de ingeniería quieran optar por una plaza de bomberos y les atraiga más esta actividad para la que se han estado preparando durante varios años. Como decía un veterano empresario que hace algunos años puso en marcha una empresa que hoy, es uno de los líderes en su sector, para “emprender hace falta pasar hambre”. Sin llegar a esos extremos, igual tiene algo de razón.