uchas cosas han cambiado desde 1962, excepto Mick Jagger y Keith Richards, que por lo visto suscribieron en su día un ventajoso pacto con el mismísimo diablo, largamente amortizado. La vida va y viene, ha corrido muchísima agua bajo el puente, pero ahí continúan esos cantos rodantes, los Rolling Stones. Iniciaron el miércoles su enésima gira europea en el Wanda Metropolitano de Madrid. Sus octogenarias majestades, golfas como ellas solas -no confundir con otras de sangre azul y querencia hacia el dinero fácil- se han metido tralla a base de bien. Y lo que son las cosas. Si algún integrante de la banda esperabas que no falleciera, ese era Charlie Watts, el icónico batería, el más txintxo del grupo, el timidín, el mismo que se fue a criar malvas el año pasado con 80 años. Y ahí siguen Jagger y Richards rompiendo con lo establecido también en su dorada vejez, para que luego digan que lo viejo no atrae, incluso a precios tan poco populares. Porque no era precisamente un plan para todos los bolsillos ir a verles -cien euros la entrada más barata y 300 por seguirlos junto al escenario-, pero dicen que, una vez más, el sablazo bien mereció la pena. Al parecer, han arrancado la gira en un estado de forma envidiable. Larga vida al rock and roll. l