ubo un rey sueco que se empeñó en que el café era perjudicial para la salud y como los reyes son personas que tienen sus cosas, decidió que a nadie más le podía gustar el café. Camino del siglo XIX en aquel rincón de Europa que había perdido su antigua gloria, dos gemelos condenados a muerte vieron cómo el rey les conmutaba su pena por la cadena perpetua, a cambio de un experimento: cada uno de los hermanos debería tomar tres tazas diarias, el uno, de té; el otro, de café. Bajo supervisión médica, aquella aventura comenzó con la hipótesis de que el gemelo que debía tomar café moriría en poco tiempo. Y hubo un muerto: uno de los dos médicos. Con tres tazas diarias para cada uno y llegados hasta ahí, no iban a parar. Segundo fallecido: el otro galeno. Gustavo III y los dos gemelos seguían vivos. El monarca, hasta que en una fiesta de máscaras le dieron matarile. Aburridos para entonces, los presos siguieron bebiendo sus tazas hasta que murió uno de ellos: el que bebía té. El experimento se desvaneció como las cosas sin final. El rey Gustavo III no tenía razón y hoy Suecia es uno de los países con mayor consumo de café per cápita. Vendetta al gobernante. Quizá aquel gemelo del que nada más se supo siga contribuyendo desde su celda mientras el monarca se revuelve al ver el éxito del café.