o sabemos cómo fue, pero en la Exposición Universal de Amberes en 1894 se conocieron Arseni Morózov y Víctor Mazyrin. El primero, un ricachón heredero de una familia de comerciantes que fue la evidencia práctica de que ser rico no supone tener buen gusto. El segundo, un arquitecto al que el primero contrató para que le construyera su casa. Con esa idea, ambos se dieron un viaje por el sur de Europa, para tomar inspiraciones de una obra que, catalogada de "ecléctica", terminó mezclando de todo como quien se prepara un arroz con cosas que pilla por la cocina y le termina llamando paella. En esas estaban cuando Morózov quedó prendado de la Casa de las Conchas de Salamanca y de los palacios de Sintra en Portugal, amén de estar poseído por ese afán de algunos ricos de que las creaciones que impulsan compitan con las de otros ricos en las grandes capitales. En aquella avenida que sale del Kremlin hacia el Oeste y a finales del siglo XIX tenía que destacar y lo hizo. Levantó polémica aquella residencia que hoy pertenece al Gobierno ruso y sirve para encuentros diplomáticos. Enfrente hay un Burger King. Fue la señora Morozova quien, como madre, le dijo lo que nadie alrededor se le atrevía a decir: "Antes solo yo sabía que eras un imbécil. Ahora lo sabe todo Moscú".