mí me da pena por el primo. El que acudía a cualquier hora para prestar su ayuda encubierta en un poquito de violencia, la justa, supongo, pero allí estaba él, a cualquier hora: el recreo, la merienda, hasta en verano. De hecho, quizás fuera el primer ni-ni de la historia que nunca tenía nada mejor que ir al rescate de su primo el acusica: "Como se lo diga a mi primo...". Me da pena por los dinosaurios de galleta que cuando la madre no mira cobran vida, juegan con los críos y hasta les despiden agitando las manitas desde el otro lado de la ventana. Es curioso que esté prohibido que los juguetes infantiles cobren vida en un anuncio, y se tenga que ver la manita moviéndolos, pero sí las galletas y toda la legión de mascotas de cereales. En realidad, la publicidad no es solo el problema. De crío me daban igual los anuncios, solo me interesaban las pegatinas que el bollycao y los pastelitos traían de regalo, el juguete del happy meal, las pegatinas de personajes de la tele de las patatas fritas o las adorables mascotas de los paquetes de cereales ultraazucarados que mandaba comprar a mi madre aunque nunca me gustaron. Hasta hubo un dromedario de dibujos anunciando tabaco, no me digan que no es bonito. Pero ahora parece que toda la culpa sea del primo.