no estoy hablando del Día de la Hispanidad, esa jornada en la que cuando no incluyen en el espectáculo a un paracaidista colgado de una farola, se les cuelan los aviadores republicanos que pintan el cielo madrileño de rojo, amarillo y morado. Parece, por lo que han recogido algunos medios internacionales, que la única que se salvó es la cabra legionaria. Rompiéndose las vestiduras andaban ayer quienes critican los nacionalismos que no sean el nacionalismo "muy y mucho español", que debe ser mejor por monárquico (emérito de ida y vuelta incluido) y con fundamento, (dónde hay que encontrar ese fundamento es otra cosa). Hablo de la media asta de nuestras mascarillas, que las llevamos ni pati ni pami. Vamos a ver, que yo la llevo en la muñeca, en la papada y en el bolsillo. Me aparece hasta en los cuadernos del bolso. Porque aunque tenemos que disfrutar, merecidamente, de la nueva normalidad hay que asumir también la idea de que poniendo un poquito de nuestra parte podemos evitar, por ejemplo, que covid y gripe se den la mano y vuelvan a colapsar un sistema sanitario que ya ha hecho un sobresfuerzo. Y que sepa la señora tramposa que al sentarse en el autobús se quitó la mascarilla pese a ir tosiendo todo el trayecto, que puede que su única victoria sea acabar en una UCI. A su bola.