a esperanza depositada en un verano llamado a marcar un antes y un después en la pandemia se ha esfumado con los primeros calores. Contagios que se reproducen sin freno; restricciones que reducen el espacio y el tiempo que creíamos reconquistados y autoridades que avisan de que serán necesarias nuevas dosis de vacuna para combatir a un virus que parece irreductible. Una nueva ola, la quinta ya, inunda nuestras vidas como la mejor prueba de que seguimos sin aprender que tan pronto abrimos el grifo de la vieja movilidad el covid se cuela sin freno por todos los rincones de nuestras vidas. Esto se empieza a parecer cada vez más alDía de la marmota, aquella famosa película en la que el protagonista estaba condenado a revivir, sin escapatoria posible, la misma hoja del calendario una y otra vez. Por suerte, todo no es negativo. Tal y como demuestran los datos de muertes y hospitalizaciones, las vacunas hacen su efecto, pero eso trae como consecuencia que la percepción del riesgo entre la gente disminuye y el cumplimiento estricto de las medidas anticontagio más elementales se relaja. La necesidad de libertad es irrefrenable y aflorará siempre pese a que acarree, como efecto indeseado, una nueva ola tras otra mientras la vacunación no sea completa. Ahora mismo, la vacunación sigue siendo la única alternativa.