l desconcierto con la gestión global de la pandemia adquiere estos días tintes surrealistas. El Reino Unido inicia una desescalada con miles de contagios, quién sabe si para inventar la enésima variante, mientras que por aquí el porcentaje de infectados por covid es el más elevado desde hace un año. Pese a ello, ahora mismo hay barra libre sin mayores restricciones, con más miedo al revés judicial que al propio virus. Así que a esperar a que esta quinta ola pase por sí sola, porque a estas alturas ya no hay administración con el cuajo suficiente para demandar "un último esfuerzo". ¿Pero cuántos van ya? Y el problema no es tanto el esfuerzo, sino hacia dónde dirigirlo en esta ceremonia de la confusión en la que vivimos. En un país serio, cada poder debería tener claramente delimitadas sus funciones sin injerencias, para que nos aclaren que la libertad es un derecho sagrado, pero que no se puede gozar de él si estás muerto. Entretanto, aunque algún energúmeno lance botellazos a la Ertzain-tza y por mucha fiesta de fin de estudios que haya reavivado la escalada de brotes, no es justo criminalizar a unos jóvenes que llevan año y medio reprimidos. Que los incidentes sean puntuales parece casi milagroso.