viso de entrada que este artículo está escrito antes de la final. El resultado es indiferente para lo que se quiere contar en estas líneas. Si la Real es campeona, o no, se comentará en casi todas las demás paginas del periódico y en nuestra edición digital, donde llevamos unos cuantos días hablando de la histórica cita de forma profusa, o exagerada para esa parte de la población que en días como estos se siente sepultada bajo el irrefrenable peso de la vorágine popular y mediática que desencadena el fútbol en momentos como el de esta final de Copa.

Esos conciudadanos a los que no les gusta el fútbol o directamente lo aborrecen me recuerdan a aquellos fumadores pasivos obligados a tragarse el humo porque siempre había sido así. En días como estos la pasión del fútbol despliega una gigantesca sombra sobre nuestras vidas hasta llegar a invisibilizar cualquier otra cosa que pretenda rivalizar por la atención pública. Creo que es lo que le ha ocurrido este año al Aberri Eguna, que se celebra hoy como tradicionalmente en Domingo de Pascua. Es cierto que el día de la patria de los vascos ha perdido punch en los últimos años, pero estos días apenas ha podido asomar la cabeza, engullido por la desbordante pasión de unas identidades que no exigen más peaje que la fidelidad inquebrantable.