juzgar por la estampa veraniega que ha dejado este fin de semana, con miles de vascos abarrotando playas, paseos, travesías y lo que se tercie, nadie diría que estamos a las puertas de la cuarta ola de una pandemia que se ha cobrado casi 4.000 muertos en Euskadi. Pero la fatiga no es solo pandémica, también es política, y si encima sopla un viento sur que eleva el mercurio hasta los 20 grados en la costa y 24 en el interior, el resultado es el que fue: policías hablando de caos por la afluencia de gente en algunas localidades costeras y terrazas hasta la bandera desde la misma hora del desayuno. Y el bichito que sigue en sus trece. Gipuzkoa, con 201 casos, se colocó a la cabeza en el número de contagios por territorios vascos, rebasando por tercer día consecutivo los 200. ¿Pero acaso hay que quedarse en casa?, se preguntará más de uno con toda la razón. Y más sabiendo que hoy llega el cerrojazo para 100.000 vascos que vuelven a estar confinados. En fin, que este es el escenario, y este es el comportamiento que va en nuestro ADN. Y quizá no se trate tanto de que sea una peli de buenos y malos, ni siquiera de inconscientes. El asunto es que la salud mental tiene un límite, como para dejar escapar la luz del sol, esa que envía mensajes al cerebro para segregar serotonina y cortisol.