uertos sería la palabra que completa este titular para los que tenemos presentes películas de los años 90, cuando un niño asustadizo y blancucho le confesaba a Bruce Willis algo que el protagonista iba a tardar en descubrir: que uno de los muertos que veía el niño de marras era él mismo. Ahora que ya no queda ningún generación Z (nacidos a partir de 2000) con nosotros y podemos seguir hablando tranquilos, les diré que yo en ocasiones veo programas de televisión nocivos para la salud. Magacines que dibujan su propia realidad y se llenan de tertulianos de otra galaxia. ¿Seré yo el raro? El problema no es llevar gente de otro planeta a la tele, cosa necesaria, sino que todos vivan allá, en la opulencia y el pijerío. Gente rancia de bien dando lecciones. Y claro, si plantas encima de la mesa el tema de los impuestos a cuenta de los youtubers, resulta que a todos los opinadores les parece una aberración pagar tributos. Que si hay que bajarlos, quitarlos... Ni una voz discordante. Y si la presentadora también va justita y es vecina del resto, el resultado es demoledor: la conclusión, frente a decenas de miles de espectadores, es que nadie sabe por qué puñetas pagamos al fisco y que ¡basta ya de chorradas! Que arree quien pueda, y que se pudra el que no. Por cierto, ¿por qué ninguno lleva mascarilla?