e las pasadas elecciones catalanas hay dos aspectos que me parecen reseñables. En primer lugar la fuerte abstención, en línea con lo que ocurrió en los comicios vascos del pasado año. En Euskadi fue todavía mayor y apenas rebasó el 50%, un hecho histórico que merece un análisis más allá de la fácil conclusión de atribuir todas las culpas a la situación epidemiológica. Ya se leen por ahí análisis demoscópicos que teorizan sobre la fatiga de la democracia representativa en sectores de la sociedad occidental, que se explicaría por el aumento de la desigualdad económica. El otro aspecto se refiere a la reacción que los resultados han provocado en Madrid, entendido como todo el conglomerado que sostiene el poder central, desde el enfoque independentismo-unionismo. Y me recuerda a la que ocurrió en Euskadi en las famosas elecciones de 2001, cuando Ibarretxe rompió la pinza constitucional representada en la famosa foto del Kursaal. Se observa una mezcla de resignación ante la evidencia de la fortaleza soberanista y la debilidad unionista y de inmovilismo contumaz e impermeable a cualquier alternativa de solución que no pase por la lectura única de la Constitución española, incapaz de reconocer, de una vez por todas, la realidad plurinacional del Estado. Una especie de "ya volverán tiempos mejores".