ace casi un año, el 31 de enero de 2020, escribí en este mismo espacio un artículo con el título De la gripe A al coronavirus. El bicho no se asomaba aún por la sección de Sociedad de este periódico. Circulaba por Mundua, con las noticias que llegaban desde China, que es un país que siempre nos queda como muy lejano. Como futurólogo, no tengo precio. Nostradamus es un aprendiz al lado mío. Escribí entonces lo siguiente. Copio y pego la frase, no vaya a ser que yo mismo la saque de contexto y la líe: “El coronavirus no es ninguna broma, pero a veces da la sensación de que nos invade una histeria colectiva con enfermedades contagiosas que tienen una probabilidad remota de afectarnos”. Remota. Maldita hemeroteca. Y pontificando, que es gerundio. Resulta que hace un año ya era un negacionista sin conocer siquiera la palabra. La ignorancia es tan atrevida que incluso hice mis cálculos. Si en enero de 2020 China había confinado a 41 millones de paisanos, eso equivalía (teniendo en cuenta que en el país asiático viven 1.400 millones) a un 2,9% de la población. Me debió parecer poca cosa. Pocas semanas después, hacia abril, hubo un momento en el que estuvimos confinados 1.000 millones de personas en todo el planeta. Tierra trágame.