o es que la pandemia haya revolucionado el orden de las prioridades vitales de los seres humanos. Pero si en circunstancias normales la salud, pero sobre todo su ausencia, es uno de los asuntos que más preocupa a la gente, con el covid ha adquirido un valor extraordinario, al punto de que ahora mismo a ningún gobierno se le ocurriría meter la tijera presupuestaria a las partidas relacionadas con la sanidad salvo que quiera suicidarse. Por eso me ha llamado la atención el escaso eco que ha tenido la información que a principios de esta semana divulgó el Eustat, el instituto vasco de estadística. En su último boletín registraba que en 2019 la esperanza de vida alcanzó en Euskadi el techo más alto de su historia: 86,6 años en las mujeres y 80,8 en los hombres. Resumiéndolo en un titular, los vascos nunca han vivido tanto como hasta el año pasado. Son muy pocos los países del mundo desarrollado que pueden presentar una hoja de servicios semejante. El dato adquiere su auténtica dimensión si tenemos en cuenta el salto olímpico en los últimos 43 años. Los hombres han ganado 11,2 años de vida y 9,7 las mujeres. Es decir, entre 3,1 y 2,7 meses al año. A ver qué entidad financiera ofrece un rendimiento como este durante cuatro décadas. Por desgracia la pandemia no va a ayudar a mejorar este registro, por eso conviene ponerlo en valor, porque es el resultado de un modelo basado en el autogobierno y en el buen hacer de su sistema sanitario y económico. Aquí, las casualidades no existen.