ntes de que existieran los tatuajes, los de mi generación ya llevábamos grabada casi a fuego una marca en el cuerpo. Unos en un brazo y otros en el culo, también llamado trasero. Es una especie de sello que nos recuerda que ahí, en esa marca de la piel, de niños nos pusieron una vacuna que no tengo ni repajolera idea de qué enfermedad o contagio prevenía. El caso es que nos marcaban al más puro estilo cowboys. Si Osakidetza hiciera hoy algo similar, al minuto se crearía una plataforma de padres y madres indignados. Hay quien se ha quejado de que es "duro e innecesario" (sic) tomar la temperatura a los niños con esos aparatos con forma de pistola que se han puesto tan de moda porque "se dispara el infrarrojo en la cabeza" (otra vez sic), así que imagínense si les ponen a sus criaturas una de aquellas vacunas. La última vez que me pusieron una vacuna ya era talludito. Fue de forma accidental. Estaba corriendo y, al pasar junto a una casa, un perro me dejó la marca de su dentadura en un tobillo. Me pusieron la antitetánica. No pregunté por qué. Será que confío en la ciencia y la medicina. Desde que esta vacuna se aplicó por primera vez a soldados alemanes en la I Guerra Mundial, está demostrado que previene una enfermedad infecciosa. No sé si me explico.