ivir varios días confinado en tu cuarto no es precisamente ser un andrajoso residente del penal de la isla de Santa Elena, pero bueno, tampoco es cómodo, como una piedra en el zapato. No se alarmen, soy negativo. No me refiero a mi actitud hacia la vida, que ese chiste ya me lo han hecho, en lo que va de cuarentena, dos veces. Me refiero a que después de meterme un palito por la nariz y removerme las ideas, el PCR me ha salido negativo -también les aseguro que nunca ha salido nada positivo de hurgar en mi cerebro-. No se alarmen, tampoco he tocado la página que leen, simplemente la he escrito, así que no se desinfecten las manos, que no han tenido conmigo el contacto estrecho que he tenido yo, presuntamente, con otros. Hacer una escapada sería demasiado arriesgado porque puedo poner en peligro a los que tengo a mi alrededor, aunque quizá sería más lucrativo, según el vengativo Dumas. Tengo la inmensa suerte de tener gente que me quiere y me cuida, una habitación en la que confinarme y, ya ven, una oportunidad de teletrabajar. En cambio, no puedo dejar de preguntarme sobre cómo lo viven los que no pueden permitírselo, sea porque su piso es minúsculo, porque tienen que salir a buscar trabajo o porque alguien depende de ellos. ¿Cómo huyen de la cárcel los que no tienen escapatoria?