i primera PCR ha sido en rebaño. Un cribado de esos. Primero no me lo querían hacer, por viejo; pero como los jóvenes de 13 a 40 pasan bastante, pues el último día estábamos allí todos los carrozas del pueblo esperando txanda (me gusta meter palabros de estos para parecer autóctono). Como les decía, una vez dentro del frontón, nos dispusieron en cuatro filas de seis, cada uno en su puesto. Mi mujer dice que le recuerda a cuando vas a montar en el Tutuki Splash. Si al llamarte hay más de un puesto libre, tienes dos segundos para intuir quién te va a penetrar con más delicadeza. Quitarse la mascarilla es como desnudarse. Le enseñas toda la boca al sanitario, así, ¡a pelo! Ya no sé si el primer palo entró por la boca o la nariz, porque fue muy rápido. Dice la peña que molesta más el de la nariz, pero a mí ya me han hecho tantas perrerías ahí que... Ni fu, ni fa. De pequeño tenía costumbre de estamparla contra superficies duras y partirla en trozos, así que en mi amplio historial rinoplástico por los orificios nasales me han introducido manos, herramientas, gasas y no descartaría que unas gafas también. Para más inri, mi hijo tiene la insana manía de cabeceármela cada dos por tres, así que.... ¡Ah! Antes de que se me olvide: chapeau a todos los profesionales sanitarios que hacen posible un dispositivo así.