esde el balcón nada parece haber cambiado. El sol sigue pegando, pero menos que hace tres semanas: llega el otoño, que empieza a tomar zonas de Jaizkibel como hizo el año pasado. Y el anterior, y algunos años más. Muchos. Desde el balcón no se adivina si Hondarribia se prepara para esas fiestas con las que el País del Bidasoa despide ese verano que se suele declarar abierto con los sanmarciales. Este año tampoco han sido lo que fueron, así que el verano que no empezó como sabíamos no ha sido lo que era. La lista de eventos cancelados crece poco a poco, incluidos los viajes a los paraísos felices con la duda de si tendremos tiempo para recuperar el tiempo perdido. La vida por vivir crece a una velocidad que en marzo (cuando nos recluimos en casa para quince días) no la hubiéramos creído, haciendo planes seguros para nuestra salud pero que terminamos retrasándolos. Sin garantía de vaya a usted a saber cuándo podremos hacer qué y cómo será cuando lo podamos hacer. Para entonces, comenzamos a dos metros mientras esperamos en la cola del pan, ojalá nos hayamos quitado de encima esta sensación de la lotería que le puede tocar a cualquiera. Que el virus aquí sigue, aunque no se vea desde el balcón, y mientras tanto debemos vivir, que en estos meses se traduce en sobrevivir.