hí está, ahí está, que ya llegó el tiburón, el tiburón. Así rezaba una sesuda canción que podría ser la del verano en Donostia. Llevamos unos días con bandera amarilla en las playas porque, al parecer, nos ronda un marrajo. Este, en particular, es caprichosillo y celoso de su intimidad, como un famoso cualquiera de esos que se dice que anda por la ciudad pero al que nadie ha visto. ¡Si al final será un txitxarro despistado!, pero nos da de qué hablar más allá del COVID y, la verdad, se llega a agradecer. Cierto es que servidora no es muy playera y menos en estas condiciones de parcelita y mascarilla. Si, además, me sumas que anda el txitxarro veraneando en la bahía y las gaviotas locas, pues como que no, que mejor aprovecho para pasear y observar con atención desde la barandilla para ver si veo una aleta de esas de película. Me cuentan mis expertas en arenales (tengo algunas que creen que si ellas no están no se pone la arena) que las gaviotas andan muy descaradas, robando bocatas y bastante agresivas. Es que estamos, como estamos. Que preguntas la hora y se te echan a correr. Y así no, que no. Que una cosa es prevenir y otra muy distinta que veamos enemigos en todos los que nos rodean. Vamos a ver, calma, y quien no quiera playa que vaya al monte.