e busca una vacuna con tanto ahínco como al emérito campechano. Mira que es camaleónico el virus de la corona, que lo mismo te manda al otro barrio por infección pulmonar, que muta, y te provoca una fractura de cadera en Botsuana, en un viaje de cacería que acaba en un simulado ejercicio de contrición: "Lo siento mucho, me he equivocado. No volverá a ocurrir". No te lo crees ni tú, si es que se nota que te aguantas la risa. Hace falta una vacuna porque esta enfermedad, que comienza a ser una vieja desconocida, es un aliño de codicia, cachondeíto e irresponsabilidad. Los "expertos" -no hay más que expertos por todas partes- decían ayer que la vuelta a la normalidad puede tardar dos años, lo cual a estas alturas tiene tanta credibilidad como que el Borbón se comprometa a hacer trabajos en beneficio de la comunidad. Y, con todo, lo más inquietante es ese rostro siempre doliente del etíope Tedros, que no es que sea precisamente la mejor compañía si estás a un paso de lanzarte de lo alto de un puente. Ya saben, un día baja el número de contagios por COVID, te alegras, y ¡pam!, ahí está el director de la Organización Mundial de la Salud para ponerte en tu sitio: No hay solución, y quizá no la haya nunca. Al final el rey emérito va a tener razón. Su sitio puede estar en la dirección de la OMS.