urante años, algunos responsables turísticos han ensalzado hasta la saciedad a los visitantes más pudientes, a quienes pueden gastar sus euros en hoteles, restaurantes y tiendas de postín sin tener que mirar la cuenta corriente. Cuanto más gastaran, mejor. Todo turista era bienvenido, pero digamos que, si dividiéramos a los visitantes en escalafones, en último lugar situaríamos a los mochileros, como si no hubiéramos sido mochileros alguna vez en nuestra vida, y en la cúspide colocaríamos a la típica pareja de jubilados norteamericanos o británicos que tiene el dinero por castigo. En algún lugar de esa pirámide situaríamos a las autocaravanas, un colectivo demonizado a este lado de los Pirineos. Solo hay que cruzar la muga para comprobar que Francia trata a los turistas de autocaravana con casi idéntico mimo que lo hace con el que se aloja en un hotel. Me lo decía el otro día un amigo que habitualmente se va de vacaciones con la casa a cuestas: "Como no gastamos en alojamiento, la gente se piensa que no gastamos allí donde vamos, pero hacemos compras, bebemos, vamos a restaurantes y consumimos como el resto". Casualidades de la vida, la pandemia ha convertido este tipo de turismo en uno de los más solicitado por ser más seguro.