na de las últimas veces que salí de un bar (support your local pub, and bookshop, and cloth shop€) una vecina gritaba desde un balcón: "¡Estáis atrayendo a la muerte!". Si la muerte hubiera buscado a quien llevarse, creo que hubiera empezado por las terrazas pobladas. Era muy de día y ni siquiera venía de tomar nada (hay veces que se puede ir a un bar a dejar un encargo), pero por si la señora me chillaba a mí (algunas lo hacen), aceleré como el árbitro que se retira al vestuario temeroso del partido que acaba de pitar. Cosas de la policía de balcón y de la nueva normalidad en la que hay que rellenar formularios antes de ir a un restaurante. En Alemania lo hacen para contactar rápido con la clientela si alguna persona contagiada por el virus hubiera pasado por el local. La seguridad (sanitaria) frente a la privacidad. Reformulación del debate posterior al 11-S. Con estos protocolos, ya podríamos empezar a ir a cenar por ahí. Lo de tomar algo después, sin embargo, no sabemos cuánto tiempo seguirá en el aire. Es una de las realidades más difíciles de casar con la nueva normalidad. Sin medidas que eviten lo inevitable: que un bar sea un bar. Oscuro, cálido y tumultuoso. Donde no valen los formularios previos ni las mamparas de separación. En un bar, en un buen bar, termina por haber más sexo que amor.