or algún motivo que no acabo de comprender muy bien y que atenta contra todo lo que he sido, me ha dado por comenzar a correr, con un bonito plan que me ha preparado el compañero Juanma Molinero. Sí, efectivamente, soy uno de esos cientos de ciudadanos que el sábado madrugó para hacer el ridículo por la calle. He salido dos veces y espero que la historia esta me dure hasta el viernes para decir aquello de "Lo he intentado, pero mis horarios del curro me impiden una vida equilibrada y saludable". La cuestión es que, ayer, mientras corría-o-algo-que-se-le-parece, me topé de frente con otra runner de verdad que venía hacia mí, que alzó el brazo izquierdo como si marcase un intermitente, un acto que me sorprendió. Lo primero que pensé fue que era una conocida y que me estaba saludando. Descartado esto, no la conocía de nada, llegué a la conclusión de que se trataba de alguien que quería felicitarme el esfuerzo y me ofrecía su mano para chocar y sentirme así parte de una comunidad. Cuando llevaba mi brazo izquierdo a medio levantar caí en la cuenta de que tampoco era eso, que lo que me estaba indicando era que me alejase para cumplir con la distancia de seguridad al cruzarnos. Con cara de tonto y sin saber qué hacer con el miembro, aceleré, y es que la vergüenza es un gran motor.