rranca otra semana dura, de las de apretar los dientes y contener el aliento. Pero no cabe rendirse, solo enterrar el miedo y pensar que no hay heridas que no cure el tiempo. La dichosa enfermedad que juega al despiste y se cuela hasta la cocina es joven, muy joven, una recién nacida que parece estar muy enfadada con la vida. Volverá a dejar hoy un nuevo saldo de damnificados, que en Euskadi hará rebasar ya el millar de ingresos hospitalarios. Nos hablarán de más muertos, de estadísticas, de no sé cuántos contagios cada hora, como esas enfermedades que parecían afectar siempre a otros, a los pobres habitantes del continente africano. La cruda realidad golpea la puerta de nuestra casa con la aldaba, y es hora de despertar y confiar en que toda esta pesadilla acabará algún día. Para ello, cada uno de nosotros seguimos teniendo una cuota de responsabilidad. Arranca la segunda semana de confinamiento, que puede ser crucial. A estas alturas el desgaste social es evidente, pero todavía es largo el camino y hay que pensar que cada día es un comienzo, y cada hora, cada segundo, el mejor momento, por duro que sea. El primer paso para superar la adversidad es mirarla cara a cara y asumir la realidad, guardando las distancias sin descuidar el lavado de manos.