arafraseando la canción que Carlos Puebla dedicó a Fidel Castro, "se acabó la diversión, llegó el coronavirus y mandó a parar". Pese a las enormes consecuencias que tuvieron para la geopolítica y para la vida de millones de personas acontecimientos tan inesperados como la caída del Muro de Berlín, el atentado a las Torres Gemelas o la crisis económica de 2008, ninguno como la aparición del patógeno en una desconocida ciudad del centro de China ha cambiado nuestra vida de manera tan rápida y radical. Con la particularidad de que, a diferencia de esas otras crisis, esta es universal, sin distinción de edad ni condición. Otra cosa son las consecuencias; en primer lugar para la salud, con una población de riesgo claramente identificada, y, después, para la economía, de cuya hecatombe no tendremos la fotografía completa hasta ganar la batalla de la inmunidad y en la que no estoy muy seguro si tendrá vencedores y vencidos, pero seguro que contabilizará distintos grados de derrotados. Todo indica que nos encaminamos de manera inexorable al confinamiento: ¿por cuanto tiempo?, ¿cuando llegará el pico de la epidemia? ¿falta mucho para la vacuna? ¿como saldrémos de está? Las preguntas se amontonan como los sabelotodos, los frivolos, los mentirosos o los que buscan ganar en río revuelto. Pese a todo, al mal tiempo buena cara, dice el refrán. No cabe otra actitud.

P.D.: A última hora Sánchez anuncia la invasión de las compatencias vascas en detrimento de la coordinación, una medida con aroma de un pasado que creíamos enterrado en El Pardo.