Hace poco, al actor Antonio Banderas le han considerado de color, o sea negro, en dos importantes revistas norteamericanas. No es un error sin más. Porque, para que estas publicaciones no corrijan que Banderas no es negro, es que a muchos les ha parecido de lo más normal. Para los de este lado del charco las personas blancas pueden estar morenitas o ser más tostadas y con el pelo muy negro. Pero, por lo visto, la paleta de razas allí debe ser distinta. Todo el que no parezca nieto de irlandés, es decir, árabes, negros, latinos y otros de piel morena o canela, son de color, o sea negros. En realidad, da igual cómo se califiquen los tonos de piel -las marcas de maquillaje ya crean cientos de ellos- pero tiene su gracia el cambio de la frontera entre el negro y el blanco. Supongo que Antonio Banderas, que parece un tío majo, estará encantado de ser el único hombre negro nominado este año a los Óscar. Los que no lo estarán tanto serán los auténticos afroamericanos, que se quedan sin representante. En fin, que en este mundo global las razas no son lo que eran. Ya no hay huchas en las escuelas con caras de chinos, negros e indios, como existían hace 50 años. A mí misma, blanquirrosada de tez, a veces me hablan en inglés en la calle o en la playa. Es lo que tiene que haya tanto turismo.