Por si no se han enterado se lo cuento: han echado a Savater de El País y a Monedero de Canal Red, lo cual ha vuelto a encender el debate sobre la libertad de expresión. Yo no entiendo el revuelo. Un medio privado tiene derecho a despedir al colaborador que le dé la gana siempre que respete sus compromisos contractuales, si los hay. Nosotros, los opinadores, seamos de la Champions o de Regional Preferente, no somos dueños ni arrendatarios vitalicios de ninguna columna, y tampoco tan importantes ni imprescindibles como algunos se creen. Si mañana me largaran de aquí por lo bajini, varios de ustedes lo lamentarían y sin duda otros lo celebrarían, pero el gran mogollón continuaría atento a lo suyo, las crónicas deportivas y los chascarrillos municipales.
Comprendo, por supuesto, la necesidad de aclarar un repentino vacío en una página o pantalla, pero no nos pongamos estupendos ni nos victimicemos, ni los de Wimbledon ni los del Torneo de Quintos. Si nuestra aportación fuera tan decisiva y fundamental, si de verdad arrastráramos infinitos fieles con nuestras reflexiones en un diario o tertulia, les bastaría con seguirnos de medio en medio como se sigue de gira a un cantante aunque cambie de discográfica. Y, sin embargo, salvo excepcionalísimas excepciones, cuando despiden a alguien en el gremio casi todos los parroquianos se quedan muy quietos donde están. Pues por encima y debajo de las firmas de neón late una estructura anónima y meritoria de periodistas que son quienes de verdad mantienen en pie este tinglado. Yo leeré a Savater allá donde vaya, pero quién soy yo.