Hace días la radio pública llamó “personas menstruantes” a las mujeres. Una tal Ana, o sea una fémina, pidió explicaciones a la Defensora de la Audiencia de RTVE, y una tal Luz, en su caso menorréica, respondió con displicencia y paternalismo, vaguedad y vaguería: “Así, a bote pronto y googleando, resulta que los hombres trans, que nacen con sexo femenino pero género masculino, también tienen la regla; buscando en Internet podrá encontrar muchos artículos al respecto”. Sin duda yo informo con mayor precisión al comprar pan: deme la barra pequeña de ahí en medio, encima de esa como con semillas y al lado de donde pone mollete.
Así, a bote pronto y googleando, cabría replicar que entre esas personas ahora reducidas a menstruantes hay quienes aún no menstrúan o ya han dejado de menstruar, lo cual obliga a implantar un nuevo sintagma. Menos mal que buscando en Internet, que por lo visto es lo que hay que hacer antes de molestar a la Defensora de la Audiencia, se rescatan perlas etimológicas muy pintonas para el bar: persona es hija del latín persona, nieta del etrusco jersu y biznieta del griego próswpron, prósopon, lo cual significa máscara de actor. Qué hermosas son las lenguas, y cuánto lento sedimento van acumulando.
Y, claro, como toda obra humana están sujetas a mejora. Pero nunca a toque de corneta, tan de arribísima abajo, forzando a los hablantes a digerir como patos palabras marcianas y asumir como ovejas marcianos conceptos. El término mujer, y todo lo que alberga, es demasiado importante como para difuminarlo a golpe de ingeniería semántica y chantaje social. Digan lo que digan mil artículos al respecto.