La Bandera de la Concha es, así lo dicen, la olimpiada del remo. No hay regata de traineras semejante. Hace días triunfó allí el equipo de Urdaibai, y en plena celebración su capitán mandó un fuerte abrazo a un miembro de ETA. El mensaje salió tan emotivo que hasta el mismísimo Otegi felicitó al emisor por sus declaraciones. No es para menos. Aquellas palabras sudadas mostraban sensibilidad, compromiso. Pero en verdad todo resulta muy hermoso porque faltan cositas, manchas. En la celda hay un hombre que al parecer merece un fuerte abrazo. En la bahía donostiarra hay otro que en consecuencia se lo envía. Muy bonito, sí, porque en ese intercambio sentimental se nos escamotea el cogollo. Muy detallista el remero, aunque ha olvidado el detalle principal: el porqué.

Ese preso citado con afecto en un momento tan lindo cumple pena de prisión –44 años de condena– por segar la vida de un guipuzcoano que lleva ya tres lustros sin poder ver las regatas, Inaxio Uría. Y está a la sombra –389 años de condena– por colocar dos bombas trampa en Hernani con las que pretendía matar al mayor número de ertzainas. Le adjudicaron 25 tentativas de asesinato. Y sigue entre rejas –15 años de condena– por herir a un gendarme francés. Y se le relaciona muy estrechamente –besarkada estua, bai– con el comando que pegó cinco tiros a Isaías Carrasco, otro paisano que lleva década y media sin pisar La Concha. Aún hay más delitos en su currículo, y usted tal vez me llame pesado, y hasta fascista, por airear sentencias. Pero si ellos pueden recordar en hora punta a quien desean, no está de más que otros ayudemos a refrescar la memoria.