Sánchez le tiene comida la moral a Feijóo. Una afrenta nacida cuando le aguó su victoria en las urnas, hilvanando una apurada mayoría de conveniencia contra la derecha. Y no ha parado. Peor aún, ni siquiera hay fecha probable para que deje de hacerlo. El camaleónico presidente siempre le acaba por meter un elefante en el despacho de Génova. Lo acaba de hacer ahora troceando en contra de su voluntad una amalgama de decretos a gusto de Puigdemont y sin sonrojarse. En el fondo, sabía que semejante volantazo esconde una trampa saducea para desnudar en el PP las contradicciones sin límite de sus dos sensibilidades. El retrato ante las medidas sociales y la polémica inclusión de la propiedad para el PNV de un edificio en París que ahora aloja el Instituto Cervantes contenían trilita a partes iguales.
El regate en corto de Sánchez desarbola una y otra vez a los populares. En esta semana, sembrada para que la oposición fileteara el perjuicio ciudadano que entrañaba la terquedad exhibida por el alma socialista del Gobierno, ha bastado el enésimo guiño de sumisión con Junts en un abrir y cerrar de ojos, para colocar paradójicamente al PP en el disparadero. Mientras se escuchaban los ladridos por la fechoría que suponía la obstinada posición del presidente y en el Senado se clamaba por la venganza, en La Moncloa decidieron cabalgar buscando los votos debajo de las piedras en Waterloo. Feijóo ha vuelto a quedarse con el pie cambiado, rumiando otra bofetada política que le desaíra ante los halcones y, sobre todo, humilla a sus dirigentes vascos.
Son tiempos interminables de contradicciones andantes. Un señor que no quiere a España, decide permanentemente sobre ella. Un gobierno de izquierdas camina encadenado a siete votos derechistas. Un evasor fiscal convierte sus impagos en una causa contra otros sin prisa para explicarse ante una jueza. Un comisionista de cuello blanco destroza la honorabilidad de sus enemigos a la espera de algunas de esas pruebas incriminatorias que, al parecer, existen. Un fiscal general tiene enfrente a un tercio del cuerpo que representa. Pues bien, cada uno de los aludidos sigue cabalgando mientras se multiplican las escenas versallescas en las negociaciones políticas y se multiplican las trifulcas entre los declarados voceros de los dos bandos, cada vez más irreconciliables y enrabietados.
En esta Corte plagada de rumores, intereses creados y resabiados sin fundamento, bastan apenas dos días para pasar de atisbar el final de la legislatura a elecciones en 2027 y, por supuesto, ver aprobados los Presupuestos en primavera de este año. Por el medio camina la virtud. Bien es cierto que el freno inicial a la subida de las pensiones puso un nudo más gordo en la garganta del PSOE que en la de sus rivales. Una derrota con indudable calado que muchos escrutaron como el principio del fin. Nada como confundir los deseos con la realidad y desconocer las artimañas del presidente.
Más allá de provocar que Sánchez orine sangre, y lo consigue, Puigdemont es consciente de que no puede llegar hasta el abismo. Presiona sin ahogar a la presa y así seguirán pasando los días, jalonados por escarceos de distinto volumen, pero que suenan a dèja vu. Un entramado, en definitiva, que ningunea la figura de ERC y reduce el espacio político catalán para mucho tiempo a una pugna, no demasiado cruenta entre el pragmatismo mayoritario del PSC y la osadía independentistas de Junts. Atentos a esa negociación sobre la competencia de los Mossos en las fronteras y el debate sobre la inmigración en Catalunya.
Podemos, al quite
Nada mejor que escuchar la sacudida de Yolanda Díaz a quienes torpedean el proyecto de unidad de la izquierda para comprender que Podemos respira con fuerza. La vicepresidenta, con el halo desvirtuado desde hace tiempo, busca una rehabilitación desde la firmeza de sus convicciones, precisamente ahora que empieza la cuenta atrás para la decisiva asamblea refundacional de Sumar. Los torpedos del tertuliano e influencer Pablo Iglesias y la valía de los votos en el Congreso del comando Belarra se hacen oír y, en este caso, sus enemigos se detienen a mirar por el retrovisor, no cabalgan.
La vicepresidenta sacude sin remisión a Garamendi porque así levanta el ánimo de su tropa. De paso, procura enhebrar alguna enganchada dentro del equipo ministerial porque le asegura proyección mediática. Sabe que nada le sobra. En cuestiones de ortodoxia izquierdista, Podemos puede cuestionar al Gobierno más de una vez.