La era de los dos bloques. En ERC, Junqueras por un lado y sus detractores, por otro, lejos de una complicada convergencia. En la inmigración, Sánchez caminando sobre dos aguas y la oposición, a dentellada limpia contra el presidente, olvidándose todos de que es un auténtico problema de derechos humanos. En el PSOE, el mosquetero Ábalos destapa la primera caja de los truenos y en Ferraz contienen el aliento. En Junts, muchos empiezan a cansarse del guiñol de Waterloo para encarar el futuro, mientras los acérrimos prietas las filas de la obediencia debida. Aquel otoño caliente de las pretéritas movilizaciones sindicales recupera ahora en los tiempos líquidos la esencia de su inestabilidad a lo largo de los pasillos de un Congreso convertido en una amenazante bomba de relojería.

Junqueras no da puntada sin hilo. Aquel intencionado silencio cuando las bases de ERC debían de valorar el acuerdo de la financiación singular (?) llevaba preñado un mensaje. Mejor pasar de puntillas, pensaba maquiavélicamente como siempre, por si llega el momento del enésimo incumplimiento de los socialistas y así entonces reclamar con la mochila vacía. Para el curtido líder republicano, Illa es ahora un mal menor y Puigdemont, un cáncer. En el medio sitúan la virtud, pero su partido no la encuentra desde hace un tiempo y por eso sus votantes del procès les abandonan a borbotones. A tal extremo llega el desahucio electoral que nadie es capaz de detectar el origen del descalabro y, mucho menos, la terapia a seguir para contener la hemorragia. Ahora bien, tampoco la alternativa a la actual sala de máquinas lo tiene claro. Junqueras ocupa tanto escenario que eclipsa al resto. Por eso, como si pareciera intimidada, Teresa Jordà no cierra la puerta a un entendimiento final entre los dos bandos. Suena a ingenuidad.

En ERC hay una vía de agua que se asemeja con la división que condiciona la apuesta de futuro del independentismo catalán. Unos y otros siguen sacudidos por la zozobra que les supone la holgada superioridad institucional del socialismo. Esta onda expansiva desequilibra también a Junts, que sigue metabolizando la duda existencial que les supone el papel, cada vez más incomprensible, de su caudillo desde la diáspora. Por el contrario, ajeno a estas disquisiciones, Illa es capaz de recuperar el saludo sin escondites a Felipe VI sin recortar el programa independentista de la Diada de su antecesor en el cargo. Pragmatismo puro y duro que sigue sumando, favorecido por un favorable aterrizaje mediático que le blinda ante los puyazos españolistas. Frente a este desalentador panorama para sus intereses, ERC se mira en el espejo sin encontrarse. Toda coyuntura les resulta desalentadora. Un afianzamiento socialista en la Generalitat minimizaría para mucho tiempo su condición de alternativa. Un rechazo en el Congreso al supuesto concierto les permitiría una inmediata opción reivindicativa frente al Estado, pero deberían soportar, al mismo tiempo, el linchamiento de la tropa de Puigdemont por haberse fiado del sanchismo.

Queda abierta la puerta, por tanto, a un otoño apasionante. De momento asistimos a la lacerante constatación de que la inmigración se ha convertido en un deplorable reclamo partidista. A semejante podredumbre política ha quedado reducida tan flagrante exigencia de derechos humanos. Y aún puede ensangrentarse mucho más. Convertida ya en el cuarto problema para la ciudadanía española, incluso por delante de la vivienda, las garras de la rentabilidad electoral acechan la presa. Los cayucos han abierto una estridente vía de agua entre Gobierno, sus socios y la oposición imposible de taponar. El avieso debate sobre la seguridad callejera, alentado irresponsablemente desde fuerzas y redes sociales xenófobas, sigue vertiendo gasolina al fuego de una polémica que, sin duda, se seguirá propagando durante los próximos meses, propicios para la llegada de miles de inmigrantes y coincidiendo con el retorno a una actividad parlamentaria plagada de incertidumbres.

Sánchez ha expandido las dudas sobre su política migratoria cuando pretendía lo contrario en su gira africana. ¿Empleo circular o mano dura con los irregulares? Duda existencial que pilla con el pie cambiado a la desconcertada mayoría de la investidura. La izquierda asume a duras penas que debe hacer frente a una realidad que desborda sus principios ideológicos y le abre una vía de agua táctica y programática. Por eso le asisten las dudas existenciales, consciente de que aflora sin tapujos una preocupación social que traspasa fronteras y trastoca voluntades en varios países europeos de una fuerte consistencia democrática. La derecha, en cambio, solo juega a enfangar torticeramente el terreno y sacar réditos.