En la boutade de Puigdemont se rompieron muchos platos. Quedaron esparcidos en mil pedazos, entre la algarabía –las adhesiones al caudillo–, la pasmosa incredulidad –nadie ejecutó la orden de detención– y la zozobra incesante –una investidura envuelta en sofocos y sobresaltos–. Alguien pagará tanto destrozo. Los Mossos ya lo están haciendo con el penoso coste de su reconocido descrédito policial, enfangados entre fundadas sospechas de incompetencia supina, decenas de activos infiltrados independentistas y aroma a sumisión política. Le llegará el turno del escote también al resto de los cuerpos policiales y a Interior. Tampoco los hooligans soberanistas Turull y Rull –un patético presidente de Parlament como escolta de su ídolo– saldrán indemnes de la ópera bufa. Y en la gravosa factura que espera aún queda por saber el coste politico que asumirá el Gobierno español. Pero, de momento, Illa president de la Generalitat. Otra victoriosa de Sánchez a modo de patada a seguir.
En el desenlace de esta bochornosa degradación plagada de incógnitas lacerantes, la botella medio llena es la que se mira desde el pragmatismo que insufla machaconamente el argumentario de La Moncloa: queda instaurado un nuevo ciclo político en Catalunya. Ni una palabra para el desafío burlón a varias instituciones del Estado ejecutado por un enloquecido Puigdemont, solo y en compañía de muchos otros. En la botella medio vacía, un hueco para acoger la fundada incógnita sobre la estabilidad política que le aguarda a un presidente que apuntaló su agónica mayoría parlamentaria en el Congreso sobre el timorato respaldo de un ególatra que, apenas un año después, desprecia la voluntad de las urnas y que se siente traicionado, curiosamente, por ver incumplido el sueño de su inagotable vanidad.
La charlotada del parque de la Ciutadella destila patetismo. La inoperancia policial, preñada a modo benevolente de una sorprendente ingenuidad, agrieta la solvencia de cualquier país que se precie. Mucho más tras asistir, un día después de la opereta, a la ausencia de autocrítica de los desbordados responsables de los Mossos. Los mismos que, asaltados por un desquiciante ataque de inoperancia o de ingenuidad, ordenaron un desquiciante jeroglífico de controles cuando cayeron en la cuenta de que el expresident seguía sin cumplir su palabra de acudir a la sesión de investidura.
Tampoco la débil diligencia de este cuerpo plagado de intrigas políticas y de zancadillas en el escalafón permitió detectar que el prófugo de Waterloo paseó como un guiri cualquiera por la Barcelona socialista los dos días anteriores a su ambiciosa dosis de exaltación. Tampoco los servicios secretos mejoran la nota. Ante semejante ridículo, las justificaciones reales de tanta inanición requieren de un docto vademécum mientras se suceden los memes y stickers disparatados. Así las cosas, resulta fácil pronosticar que le queda trabajo a Illa en materia de seguridad.
Entre la guardia de corps de Puigdemont comparten el éxtasis por la gesta. La fascinación por tamaño golpe de efecto se extiende a sus acérrimos seguidores. Se han choteado de sus enemigos –jueces, socialistas y ERC, principalmente– ante los ojos mediáticos de un mundo que aún sigue perplejo por la parodia. Una venganza contra tanto atropello sufrido, se felicitan. En cambio, en el resto de Junts y en las mentes menos enfervorecidas del independentismo, hay desazón. Se ha perdido irremediablemente el poder que parecía adherido a la causa desde 2010. Incluso se ha desvirtuado para un tiempo imposible de precisar una parte mollar de la razón que inspiró aquel procés, absolutamente dinamitado ahora por el valor de los votos, de una nueva realidad social más proclive al diálogo y de la génesis, aunque sea prendida con alfileres, de una nueva mayoría.
Nada más peligroso que la rabieta de un derrotado. Sánchez lo comprobará de inmediato. El previsible desquite de Junts sobrevuela Madrid en vísperas de que asome la negociación de los Presupuestos y varias leyes pendientes. Ahora bien, tampoco debería ufanarse Puigdemont con su capacidad de distorsión. Su figura de manos vacías ha quedado demasiado erosionada. Además, nunca debería olvidar que el presidente del Gobierno juega en corto cuando más le aprieta la soga en el cuello. Por eso, el objetivo inmediato del líder socialista no es otro que salvar el espinoso escollo de ese polémico concierto económico concedido a los republicanos catalanes para así acercar hasta la orilla sin percances a Illa, aunque fuera en contra del ideario de su propio partido y de las reiteradas negaciones de la desaparecida vicepresidenta Montero. La factura seguirá pendiente.