Puigdemont mueve el guiñol. Trastabilla a ERC. Enmudece a Sánchez. Desaira a Illa. Cornea al Gobierno de coalición. Convulsiona la legislatura. Gripa la estabilidad. Los acorrala y acongoja. Lo hace solo y, en ocasiones, junto a la extrema derecha como si ambos fueran vasos comunicantes, compartiendo el mismo afán perturbador. Pero, en cambio, más de 21 millones de ciudadanos tienen ya empleo. El paro desciende a borbotones. Las carreteras, hoteles y restaurantes semejan enjambres bajo las insufribles olas de calor.

La vida real, lejos de Begoña Gómez y el protagonismo judicial, el Govern al desnudo y la amnistía recurrida, circula con latido propio de espaldas a una declarada ineficacia política, presa de su polarización y agresividad desmedidas. Es mentira objetiva que las calculadas dentelladas de Junts a Sánchez procuran el bien común para Catalunya. Son, simplemente, bofetadas chantajistas de un ególatra que solo ambiciona el poder como alternativa de diálogo entre diferentes. Una simple lectura de las razones esgrimidas por las marionetas de Puigdemont en el Congreso para oponerse a una imprescindible Ley de Extranjería o a la senda de estabilidad presupuestaria provoca hilaridad. Y en el caso de la inmigración, repudio y bochorno por tanta raspa xenófoba. Posicionamientos extremistas que propician desasosiego porque responden tan solo a un declarado hostigamiento a la búsqueda de un beneficio únicamente personalista y alejado del bien común.

Ninguna descripción puede resultar más elocuente para radiografiar la dependencia de Puigdemont de todo un gobierno que la sincera confesión del ministro Urtasun al describir el alcance de las derrotas del último supermiércoles: “Esto es una hostia”. Fue tan hiriente el impacto, que Turull, otra de las incisivas marionetas soberanistas, advirtió de que habrá más. Ahí radica el origen del cáncer. La extorsión seguirá vigente, con sacudidas estratégicas en tiempo y forma, hasta que Waterloo se cobre su pieza.

Quizá ante este tembloroso panorama que se augura, Santos Cerdán lamentará ahora su dosis de ingenuidad cuando creyó en las interminables negociaciones de Suiza que el apoyo a la investidura de su líder quedaba compensado con la ley de amnistía. Jamás alguien que detesta España ha contribuido tan descaradamente a su desestabilización utilizando las instituciones como moneda de cambio. En ERC no duermen. En la dirección, porque suspiran por materializar cuanto antes el acuerdo favorable a la investidura de Illa. En las bases, porque desconfían mayoritariamente de las promesas de Sánchez. Por si fuera poco, unos y otros solo coinciden en el golpe bajo que les supondría la presencia de Puigdemont mientras el candidato del PSC lee su programa de gobierno. Los republicanos se sienten prisioneros de su posibilismo hasta acercarse a la esquizofrenia. Unas nuevas elecciones les dejaría más huérfanos todavía. Un respaldo al candidato socialista comprometería su respeto dentro de la familia soberanista. Y por el camino, desangrándose en el proceso de renovación orgánica mediante sucias denuncias que emborronan su acción política.

Tampoco Sánchez se libera de la presión del juez Peinado, inasequible al desaliento en su afán hostigador contra las andanzas nada éticas de Begoña Gómez por demasiados despachos influyentes. Este asedio, sustento de tertulias y disputas jurídicas, supone un evidente desgaste político, personal y familiar del que empiezan a resentirse sus círculos no sólo más próximos. Una desazón a la que contribuye esa sistematizada aparición mediática de situaciones comprometidas mientras dura una investigación, cargada de conjeturas y, por tanto, propiciadora de polémicas encendidas. El culebrón, además, se dispone a vivir uno de sus momentos álgidos con la inmediata excursión de la comitiva judicial a La Moncloa. Una cita que no repara en la fecha habitual encuentro veraniego del presidente con Felipe VI en Mallorca.

Feijóo contempla ensimismado tanto entuerto. Acaricia la progresiva debilidad del oponente por sus tropiezos, pero, al mismo tiempo, se siente prisionero de sus fuerzas limitadas para dar el golpe. Ahora bien, no habrá tregua para seguir segando la hierba. Ni tampoco debería olvidar el líder del PP que Sánchez se crece con el castigo y que todo le vale con seguir en el poder un día más al margen del coste que conlleve.