Pedro Sánchez empieza marcando territorio. La conquista de la Presidencia del Congreso de la XV Legislatura era un preciado botín, cargado de simbolismo en estos tiempos de incertidumbre. Ya está en manos socialistas. Lo ansiaba el PP, quizá en otro error de cálculo, y acaba tan trasquilado que agudiza su soledad parlamentaria al perder hasta el respaldo de Vox. Ha bastado la aceptación de unas pálidas exigencias de Junts para que el PSOE refuerce sus expectativas de mantener el gobierno, a pesar de su derrota electoral de julio. Pareciera que Carles Puigdemont se hubiera ablandado con unas exigencias de andar por casa. Puro espejismo, quizá. Por eso, conscientes de haber dado una imagen de cierta mansedumbre, advierten de que dejan la dureza de sus peticiones para el proceso negociador de la investidura. ERC no tardó en sumarse a la amenaza de sus rivales. Será un partido distinto al jugado en las votaciones de la Mesa del Congreso, sí, pero, de momento, Sánchez ya se ha adelantado en el marcador con el primer gol.

En una mañana de muchos nervios, de saludos más fríos que sinceros, de un Congreso remozado en varios de sus tapices y con una cuidada brocha de nuevo barniz quizá para sepultar tantos desaires y exabruptos, la mayoría de sus señorías parecían deambular con el alma encogida, con el corazón en un puño. Hasta que se supo por las filtraciones periodísticas el veredicto de Junts. Se habían sucedido comentarios jocosos, algunas miradas de indisimulado recelo y martilleo de flashes, antes de encomendarse a las tediosas idas y venidas de las votaciones interminables por si había un resquicio a la sorpresa, vigiladas por una Mesa de Edad que copaba el PSOE con Cristina Narbona, la más veterana, y los jóvenes cachorros socialistas Ada Santana, de 25, y Ferrán Verdejo, de 26 años. Todo un augurio del desenlace final.

La de ayer no era una cita rutinaria con el cansino protocolo propio de toda nueva legislatura, que en el caso que concierne quizá nace amenazada o, como mínimo, urgida de oxígeno permanente para sobrevivir. En el ecuador de este Madrid agosteño reservado a turistas despistados y embaucados por pinacotecas, terrazas, cervezas y calamares, en el Congreso se apretujaban las miradas sospechosas. Nadie se sentía seguro de su suerte. Por eso Míriam Nogueras, la fotogénica portavoz de Junts que se hizo famosa solo por retirar aquel día la bandera española que tanto le molestaba en la rueda de prensa, estaba encantada de conocerse a cada paso que daba. Atraía encantada micrófonos, cámaras y un sinfín de periodistas acreditados, más aún desde que se adelantó la intención del voto de su grupo. Un mundo nuevo para ella después de haberse pasado cuatro años aislada en el palomar de la Cámara sin otra oportunidad que desempolvar cada miércoles, y sin eco alguno, los recuerdos del añorado procés, que ahora asoma.

Nogueras, siempre amparada por varios de sus compañeros, empezó la mañana compartiendo protagonismo con Cristina Valido, la única diputada de Coalición Canaria. Paradójicamente, un partido que había dado el voto en su tierra al PP no sabía qué hacer ahora y otro que había perdido un diputado y 130.000 votos se regocijaba alimentando el suspense. Quizá es un aviso del esperpento que aguarda a la vuelta de la esquina. No obstante, el suspense propio de ese marcador de empate a 171, que animaba los corrillos más tempraneros, quedó roto ya antes del inicio de la sesión.

Insaciable en sus tretas, embaucador como pocos, Sánchez había animado la subasta de víspera con un segundo lote. De repente, se compromete por carta a impulsar en Europa el uso habitual de las lenguas que él mismo no impulsa en el Congreso. Horas antes había tenido su primer gesto encantador hacia los soberanistas con el rescate de la balear Francina Armengol para presidir el Congreso una vez que Meritxell Batet entendió que prefería dejar pasar prudentemente el cáliz que se le avecinaba. Armengol, mientras presidió el Gobierno de su tierra, tuteaba con el prófugo expresidente de la Generalitat sin utilizar jamás el castellano. Una elección intencionada, de calado presente y futuro, para engatusar de manera especial a Puigdemont. Una vez más, la jugada le salió redonda al líder socialista. Tampoco hubiera sido fácil de explicar para Junts que su rechazo convirtiera en presidenta a Cuca Gamarra, la alternativa del PP. A Feijóo no se le ocurrió mejor opción que un perfil de cara adusta y mano de hierro para echar más leña al fuego del frentismo persiguiendo a los herejes que ultrajan la unidad de la patria. Al final, lo acabó pagando con una derrota que deja huella porque le acompaña un tinte premonitorio. Con todo, peor elección destinó Génova al Senado, que tendrá al ayusista Pedro Rollán como presidente.

Jugado este primer partido, quedan abiertas las hostilidades para el siguiente y definitivo, ése que proclama al auténtico campeón del 23-J. Al empeño acude Sánchez más confiado que hace una semana tras sortear con mucha facilidad el primer acto de fe que le exige Puigdemont. Fue tal la sorpresa por la escasa enjundia de las contrapartidas para el voto a Armengol que en los escaños de la derecha desunida, y hasta en sus aledaños, muchos empezaron a buscar dónde estaba la trampa. Lo explicaba fácilmente Rufián, presto a no perder el foco ante el vedetismo que tiene asegurado Junts esta legislatura: “Esto no ha hecho más que empezar”. Solo puede ser una bravata o una premonición.