Feijóo, Sánchez va en serio. Cada día te teme menos. Deberías hacértelo mirar para evitar luego disgustos irreparables. Le habías exigido –sinónimo en la jerga de Génova de chantajear– que se contuviera con la sedición y te ha ninguneado sin miramientos. Fiel a un compromiso personal adquirido, a modo de una cualidad apenas conocida hasta ahora en su proceder envolvente, el presidente ha decidido encandilar a su socio parlamentario preferente ERC pergeñando una proposición de ley que reduce la insurrección del procés a simples “desórdenes públicos agravados” de escaso escarmiento judicial. Lo hace a pecho descubierto, consciente de su fortaleza y situándose en las antípodas de aquel partido que sostuvo a crápulas como Barrionuevo. Sabe que así desactiva para bastante tiempo todo atisbo de rebelión catalana, apuntala una sólida mayoría parlamentaria por encima del campo de minas de Marlaska con Melilla y, desde luego, desafía especialmente al unionismo con el nítido mensaje de que no le van a amilanar con sones de trompeta de repercusión tremendista.

No por palmario deja de ser oportuno y significativo reconocer que Sánchez se crece ufano ante la dificultad. Podría haberse venido abajo fácilmente por culpa de la evidente regeneración anímica del PP, de las derrotas insultantes en Andalucía y Madrid, por las grietas económicas de la crisis o, sin más, ante la irrupción bajo palio mediático de Feijóo. Bien es cierto que caminó sonámbulo durante varios asaltos. Pero fue el tiempo justo para esperar los tropiezos del contrario y, al paso, recuperar el comodín perdido de su suerte inherente. Por eso ahora camina enhiesto. Tan a pie firme que podría desalentar a sus enemigos, incapaces de noquearle. La bofetada de suficiencia que acaba de propinar a toda la derecha, y en especial a Feijóo, con la asegurada retirada del delito de sedición irradia un mensaje de autoconfianza ante el riesgo de unas más que previsibles reacciones incendiarias. Hasta sea suficiente para voltear muchas predicciones demoscópicas ahora adversas. A decir verdad, un Gobierno que acaricia disponer de unos presupuestos de marcado acento expansivo al menos en su enunciado, que apacigua la tormentosa amenaza independentista y que otea en el horizonte el esplendor de una temporal presidencia europea puede arrastrar a cualquier rival que se precie al rincón de la desesperación.

Además, por si le faltaran resortes para el resurgimiento del sanchismo, hasta asoman con fuerza las llamas del polvorín sanitario de Madrid, ese territorio hostil donde la fragmentada oposición progresista naufraga sin discurso. Asistimos a la esquizofrenia desesperante de urgencias sin médicos por mucho que Díaz Ayuso desvíe su irresponsabilidad con alocuciones histéricas. Una lacerante situación asistencial, derivada de una política plegada al interés privado que movería conciencias enrabietadas en un entorno de sensatez. Pero no aquí. En esta Corte lobista y depredadora, el populismo vacuo y el aguerrido mensaje frentista encandilan cada día más a las masas. Desfiguran la realidad. Nadie espera de hecho que la izquierda, absorta en sus veleidades y arrancándose a jirones su mutuo egoísmo, sea capaz de amedrentar las expectativas de una mayoría absoluta del legionario Almeida. Hasta el PSOE aparece timorato siquiera para elegir a su candidata a Cibeles.

Mientras miles de madrileños buscan un médico que les atienda, en el Congreso solo hay ojos expectantes para ver el vídeo (in)completo de la última tragedia humana de Melilla. Gracias a la BBC, nadie quiere quedarse sin morder el hueso zaherido del atrincherado Marlaska en medio de una inusitada expectación política. Ahora bien, no puede descartarse que Sánchez deje con la miel en los labios a los sabuesos roedores. Su renovada confianza en el debilitado ministro del Interior –otra vez a pecho descubierto en mitad de la marejada–, tampoco debería entenderse como el apoyo de un presidente a su entrenador un día antes de su cese. El golpe de mano aboliendo la sedición debería ser tenido en cuenta para buscar algún subterfugio que amaine el temporal. En el arriesgado empeño, Sánchez no contará con su socio de gobierno. Unidas Podemos necesita agitar las inhumanas escenas de Melilla para sacudirse a duras penas su calvario interno. La ególatra irrupción de Pablo Iglesias para dinamitar sin pudor los puentes del entendimiento con el proyecto indefinido de Yolanda Díaz ensanchan las esperanzas de la derecha. Cainismo a pecho descubierto.