Yerran los titulares que dicen que la actuación de Joe Biden en el primer debate con Donald Trump de cara a las presidenciales de Estados Unidos ha multiplicado las preocupación por su edad. Si hay preocupación, no es por los 81 años que tiene el presidente sino por sus facultades visiblemente mermadas. El matiz es importante.

Esta vez no ha sido un vídeo manipulado, como algunos de los que han corrido en los últimos meses para sembrar dudas sobre estado. Lo que ocurrió en la madrugada del viernes tuvo lugar durante noventa minutos, en riguroso directo y ante decenas de millones de espectadores.

Ni los más acérrimos simpatizantes del Partido Demócrata pueden negar que su candidato mostró una imagen lamentable, plagada de titubeos, tartamudeos, lapsus, momentos en que le falló la voz, accesos de tos nerviosa o instantes en blanco.

Trump, sin frenos

Enfrente, con solo tres años menos, Donald Trump se mostró en plena forma. A base de mentiras como que los demócratas apoyan el aborto incluso después del nacimiento y de crueles cargas de profundidad sobre los monumentales despistes de su rival, el ultra hizo del cara a cara un paseo militar. Casi un 70 por ciento de los espectadores de la CNN le otorgaron la victoria.

Queda para las antologías del patetismo, la imagen en que, ya terminado el debate, Jill Biden, esposa del atribulado presidente, trata de convencer a su marido de que ha estado muy bien porque ha contestado a todo.

La pregunta que está en el aire desde ayer es si el Partido Demócrata va a mantener contra viento y marea a un candidato que va directo al abismo y arrastrará a la formación en su más que previsible caída.

Es evidente que el escenario ha cambiado en las últimas horas. Si hasta ahora se trataba de contemporizar y negar la mayor aferrándose a la teoría del bulo, los demócratas ya le han visto las orejas al lobo y empiezan a escucharse las primeras voces que abogan por retirar a Biden (o pedirle que dé el mismo el paso) y buscar una alternativa. La cuestión es que quedan solo cuatro meses para las elecciones presidenciales y todo apunta a que no hay margen para la reacción. Ni para el milagro.